domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 41b: La escala de Jacob hasta Dios mismo




El destino del hombre es subir la escala de Jacob hasta Dios mismo. Trepar tal escala significa vencer un nivel inferior, subiendo a uno superior. Por ejemplo, si el trepador permanece en un peldaño llamado odio, debe esforzarse en desarraigar este defecto de su carácter, procurando subir el peldaño más alto llamado amor. Y si se halla en un peldaño que se denomina fornicación, debe luchar contra este grosero vicio, subiendo al peldaño superior marcado con la pureza.

Entonces un escribano preguntó: maestro, si el tabaco y los productos de la vid y la amapola provocan tantos estragos entre los hombres, ¿por qué el Padre Celestial permitió que tan perniciosas plantas crecieran?
Jesús respondió: El destino del hombre es evolucionar hasta las mismas alturas de Dios, ascendiendo peldaño por peldaño en la inmensa escala de Jacob, hasta llegar al magnífico trono del Altísimo. Cada peldaño significa un grado evolutivo, grado de madurez y de perfeccionamiento que el hombre debe adquirir para poder subir al peldaño más alto.
Así, los primeros peldaños están marcados con los vicios más groseros, como son el alcoholismo, tabaquismo, opio, etc., vicios que el hombre debe vencer totalmente en su propia persona para poder trepar al peldaño más alto.
Pero el individuo que en vez de luchar porfiadamente contra sus vicios se deja arrastrar por ellos, abandonándose de lleno a sus pasiones, este hombre es como un pez muerto arrastrado por las aguas. Es un vencido sin fuerza ni voluntad para luchar contra sus enemigos: los vicios y malos hábitos, por lo cual la ley inmanente lo entrega a la regeneración forzosa en manos del maestro dolor.
Este maestro, aunque severo, obra con bondad, inteligencia, persuasión y amor. No le suprime bruscamente sus vicios, al contrario, le permite que de una manera más intensa goce de sus vicios predilectos hasta que lo hostiguen y así les tome fastidio y odio y los abandone por sí mismo.
Pero si el individuo siguiera impertérrito en la senda de sus vicios, entonces el maestro dolor se pone severo y lo hace recluir en un reformatorio forzoso hasta que se regenere.
El Ángel tutelar ayuda de una manera decisiva a su regeneración, consolándolo y aconsejándolo a través de la voz interna de la conciencia.
Esta íntima voz le habla constantemente, remordiéndole la conciencia, y haciéndole ver que fueron sus propios vicios la causa precisa de su derrumbe fatal. Es entonces cuando con toda la voluntad de su alma adopta la resolución suprema de dejar sus vicios.
Así, de esta caída fatal el hombre se levanta redimido, glorioso, detestando ahora los vicios que antes agasajaba.
Vencerse a sí mismo es el más grande de los triunfos que el hombre puede conquistar en la Tierra, por lo cual, este victorioso vencedor de la más difícil prueba –la de vencerse a sí mismo- es laureado con la más codiciada de las coronas, llamada sobriedad, que es una de las más bellas virtudes humanas.
Tan alta distinción se otorga sólo a los héroes vencedores de los más temibles azotes sociales llamados tabaquismo, opio, alcoholismo y es por este motivo que el Altísimo hizo surgir estos vegetales para que los hombres pudieran ejercitarse en estos vicios y luchar contra ellos, y adquirir la fuerza de voluntad para vencerlos.

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