El destino del hombre es subir la escala de Jacob hasta Dios mismo. Trepar tal escala significa vencer un nivel inferior, subiendo a uno superior. Por ejemplo, si el trepador permanece en un peldaño llamado odio, debe esforzarse en desarraigar este defecto de su carácter, procurando subir el peldaño más alto llamado amor. Y si se halla en un peldaño que se denomina fornicación, debe luchar contra este grosero vicio, subiendo al peldaño superior marcado con la pureza.
Entonces un
escribano preguntó: maestro, si el tabaco y los productos de la vid y la
amapola provocan tantos estragos entre los hombres, ¿por qué el Padre Celestial
permitió que tan perniciosas plantas crecieran?
Jesús respondió:
El destino del hombre es evolucionar hasta las mismas alturas de Dios,
ascendiendo peldaño por peldaño en la inmensa escala de Jacob, hasta llegar al
magnífico trono del Altísimo. Cada peldaño significa un grado evolutivo, grado
de madurez y de perfeccionamiento que el hombre debe adquirir para poder subir
al peldaño más alto.
Así, los primeros
peldaños están marcados con los vicios más groseros, como son el alcoholismo,
tabaquismo, opio, etc., vicios que el hombre debe vencer totalmente en su
propia persona para poder trepar al peldaño más alto.
Pero el
individuo que en vez de luchar porfiadamente contra sus vicios se deja
arrastrar por ellos, abandonándose de lleno a sus pasiones, este hombre es como
un pez muerto arrastrado por las aguas. Es un vencido sin fuerza ni voluntad
para luchar contra sus enemigos: los vicios y malos hábitos, por lo cual la ley
inmanente lo entrega a la regeneración forzosa en manos del maestro dolor.
Este maestro,
aunque severo, obra con bondad, inteligencia, persuasión y amor. No le suprime
bruscamente sus vicios, al contrario, le permite que de una manera más intensa
goce de sus vicios predilectos hasta que lo hostiguen y así les tome fastidio y
odio y los abandone por sí mismo.
Pero si el
individuo siguiera impertérrito en la senda de sus vicios, entonces el maestro
dolor se pone severo y lo hace recluir en un reformatorio forzoso hasta que se
regenere.
El Ángel
tutelar ayuda de una manera decisiva a su regeneración, consolándolo y aconsejándolo
a través de la voz interna de la conciencia.
Esta íntima
voz le habla constantemente, remordiéndole la conciencia, y haciéndole ver que
fueron sus propios vicios la causa precisa de su derrumbe fatal. Es entonces
cuando con toda la voluntad de su alma adopta la resolución suprema de dejar
sus vicios.
Así, de esta
caída fatal el hombre se levanta redimido, glorioso, detestando ahora los
vicios que antes agasajaba.
Vencerse a sí
mismo es el más grande de los triunfos que el hombre puede conquistar en la Tierra , por lo cual, este
victorioso vencedor de la más difícil prueba –la de vencerse a sí mismo- es
laureado con la más codiciada de las coronas, llamada sobriedad, que es una de
las más bellas virtudes humanas.
Tan alta distinción se otorga sólo a los héroes vencedores de los más temibles azotes sociales llamados tabaquismo, opio, alcoholismo y es por este motivo que el Altísimo hizo surgir estos vegetales para que los hombres pudieran ejercitarse en estos vicios y luchar contra ellos, y adquirir la fuerza de voluntad para vencerlos.
Tan alta distinción se otorga sólo a los héroes vencedores de los más temibles azotes sociales llamados tabaquismo, opio, alcoholismo y es por este motivo que el Altísimo hizo surgir estos vegetales para que los hombres pudieran ejercitarse en estos vicios y luchar contra ellos, y adquirir la fuerza de voluntad para vencerlos.