En el caso de
quitarse un individuo la propia vida, comete el acto más horrible y el mayor
desacato a la autoridad del Señor.
Cualquier
problema que lo haya empujado a tomar tan extremada decisión es insignificante
comparada con la del monstruoso daño que él mismo se infiere con tan repudiable
acto.
Porque el
problema que se suscitó, en realidad tenía el objeto de favorecerle y jamás el
de perjudicarle. Seguramente fue uno de aquellos exámenes acerca de su grado
evolutivo a que la ley inmanente periódicamente suele someter a un individuo,
para conocer su madurez evolutiva, a fin de corregir sus tareas hechas y
asignarle una calificación y colocarlo frente a nuevas responsabilidades, en
las que pueda progresar más rápidamente. De manera que con valor y alegría
debería haberse sometido a tal utilísima prueba destinada a beneficiarlo.
Pero si en vez
de desesperarse y recurrir al suicidio, recurre al Padre Celestial y en un
humilde coloquio suplica auxilio para este difícil trance, el Dios
misericordioso en el acto le envía Sus Ángeles auxiliares que le harán pasar
airoso y triunfante la difícil prueba.
Los suicidios
ocurren tan frecuentemente porque los suicidas no están informados del terrible
castigo que les espera en el otro mundo, castigo que es mucho más penoso que
sobrellevar aquí cualquier situación difícil. Generalmente creen poder escapar
cobardemente de este mundo a una vida mejor del más allá, pero están
equivocados, porque allí les espera una vida peor. Allí están condenados a
repetir todos los días al angustioso acto del suicidio y experimentar de nuevo
los mismos dolores, la misma amargura y la terrible agonía de la muerte. Además,
tienen que sufrir los lamentos de los suyos y soportar las maldiciones de los
perjudicados con su huída. Este suplicio perdura en el más allá hasta el día en
que habría producido su muerte natural aquí en la Tierra. En seguida los suicidas
renacen aquí en la Tierra ,
pero en condiciones muy penosas. Como habían menospreciado su cuerpo físico
hasta el punto de mutilarlo deliberadamente, renacen ahora en cuerpos
semejantes, es decir mutilados, ya sea cojos, ciegos, mudos, sordos, paralíticos,
dementes, etc., o arrastrando aquí su triste vida como idiotas o locos. Son
rebajados hasta el último grado evolutivo y tienen que escalar de nuevo la
empinada cuesta hasta llegar, después de eones, a la misma altura en que se
resbalaron, cayendo a los abismos.
Sin embargo,
los accidentados no quedan abandonados a su propia suerte. El infinito amor del
Padre Celestial no les abandona ni un instante en este difícil trance. Les envía
Sus Ángeles auxiliares, para que los asistan y consuelen, prestándoles su
fuerte brazo de apoyo para ayudarlos a trepar de nuevo la difícil cuesta.
Todo este mal
les sobrevino a los suicidas porque habían jugado peligrosamente con el inmenso
poder que es el pensamiento en su tendencia negativa, destructora, cavilando persistentemente
sobre quitarse la vida, o suicidarse, cuando les sobrevino un asunto difícil y
desagradable en la vida.
En verdad os
digo, que es el pensamiento premeditado durante mucho tiempo, el que os
arrastra finalmente al suicidio. De allí os digo: nunca penséis que queréis
suicidaros, por ser este pensamiento muy peligroso. Al contrario, pensad que
queréis morir de muerte natural y sobrellevar valientemente la carga de la
vida, por muy pesada y amarga que fuese. Oportunamente les vendrá el premio con
creces por vuestra obstinada perseverancia en el recto vivir.
Vuestro
pensamiento siempre sea optimista, constructivo, con tendencia al noble y
virtuoso comportamiento, porque en lo que penséis con preferencia en esto os
tornaréis tarde o temprano.
Es la ley de
la vida que el hombre se convierta en lo que piensa. Si piensa en virtudes será
virtuoso, y si piensa en pecados se volverá pecador.
Si al pensamiento
sobre el suicidio le dais albergue en vuestra mente, éste poco a poco se
adueñará de vuestra conciencia, hasta tal punto que este enemigo mortal
interno, con el tiempo será más fuerte que la resistencia de vuestra voluntad
de rechazarlo, y en cualquier crisis nerviosa implacablemente os arrastrará al
suicidio.