domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 41: Suicidio



Suicidio

En el caso de quitarse un individuo la propia vida, comete el acto más horrible y el mayor desacato a la autoridad del Señor.
Cualquier problema que lo haya empujado a tomar tan extremada decisión es insignificante comparada con la del monstruoso daño que él mismo se infiere con tan repudiable acto.
Porque el problema que se suscitó, en realidad tenía el objeto de favorecerle y jamás el de perjudicarle. Seguramente fue uno de aquellos exámenes acerca de su grado evolutivo a que la ley inmanente periódicamente suele someter a un individuo, para conocer su madurez evolutiva, a fin de corregir sus tareas hechas y asignarle una calificación y colocarlo frente a nuevas responsabilidades, en las que pueda progresar más rápidamente. De manera que con valor y alegría debería haberse sometido a tal utilísima prueba destinada a beneficiarlo.
Pero si en vez de desesperarse y recurrir al suicidio, recurre al Padre Celestial y en un humilde coloquio suplica auxilio para este difícil trance, el Dios misericordioso en el acto le envía Sus Ángeles auxiliares que le harán pasar airoso y triunfante la difícil prueba.
Los suicidios ocurren tan frecuentemente porque los suicidas no están informados del terrible castigo que les espera en el otro mundo, castigo que es mucho más penoso que sobrellevar aquí cualquier situación difícil. Generalmente creen poder escapar cobardemente de este mundo a una vida mejor del más allá, pero están equivocados, porque allí les espera una vida peor. Allí están condenados a repetir todos los días al angustioso acto del suicidio y experimentar de nuevo los mismos dolores, la misma amargura y la terrible agonía de la muerte. Además, tienen que sufrir los lamentos de los suyos y soportar las maldiciones de los perjudicados con su huída. Este suplicio perdura en el más allá hasta el día en que habría producido su muerte natural aquí en la Tierra. En seguida los suicidas renacen aquí en la Tierra, pero en condiciones muy penosas. Como habían menospreciado su cuerpo físico hasta el punto de mutilarlo deliberadamente, renacen ahora en cuerpos semejantes, es decir mutilados, ya sea cojos, ciegos, mudos, sordos, paralíticos, dementes, etc., o arrastrando aquí su triste vida como idiotas o locos. Son rebajados hasta el último grado evolutivo y tienen que escalar de nuevo la empinada cuesta hasta llegar, después de eones, a la misma altura en que se resbalaron, cayendo a los abismos.
Sin embargo, los accidentados no quedan abandonados a su propia suerte. El infinito amor del Padre Celestial no les abandona ni un instante en este difícil trance. Les envía Sus Ángeles auxiliares, para que los asistan y consuelen, prestándoles su fuerte brazo de apoyo para ayudarlos a trepar de nuevo la difícil cuesta.
Todo este mal les sobrevino a los suicidas porque habían jugado peligrosamente con el inmenso poder que es el pensamiento en su tendencia negativa, destructora, cavilando persistentemente sobre quitarse la vida, o suicidarse, cuando les sobrevino un asunto difícil y desagradable en la vida.
En verdad os digo, que es el pensamiento premeditado durante mucho tiempo, el que os arrastra finalmente al suicidio. De allí os digo: nunca penséis que queréis suicidaros, por ser este pensamiento muy peligroso. Al contrario, pensad que queréis morir de muerte natural y sobrellevar valientemente la carga de la vida, por muy pesada y amarga que fuese. Oportunamente les vendrá el premio con creces por vuestra obstinada perseverancia en el recto vivir.
Vuestro pensamiento siempre sea optimista, constructivo, con tendencia al noble y virtuoso comportamiento, porque en lo que penséis con preferencia en esto os tornaréis tarde o temprano.
Es la ley de la vida que el hombre se convierta en lo que piensa. Si piensa en virtudes será virtuoso, y si piensa en pecados se volverá pecador.
Si al pensamiento sobre el suicidio le dais albergue en vuestra mente, éste poco a poco se adueñará de vuestra conciencia, hasta tal punto que este enemigo mortal interno, con el tiempo será más fuerte que la resistencia de vuestra voluntad de rechazarlo, y en cualquier crisis nerviosa implacablemente os arrastrará al suicidio.

anterior                 siguiente