domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 23: Cristo expulsó del cuerpo de un desvalido una enorme lombriz



Cristo expulsó del cuerpo de un desvalido una enorme lombriz que lo atormentaba durante muchos años y lo tenía reducido a una piltrafa, sin emplear purgantes ni otros remedios, sirviéndose tan sólo del ayuno y del vapor de la leche.

En seguida, Juan, el discípulo amado de Cristo, que siempre estaba a su lado, dice al Maestro: Señor, hay entre la muchedumbre un enfermo yaciente en el suelo debido a su debilidad, que ni gateando con el auxilio de las manos alcanza a acercarse a ti y con su débil voz desde lejos clama: Maestro, sáname, porque sufro mucho.
Jesús, acercándose al enfermo que estaba en el suelo, lo observó atentamente un largo rato, como si, con su penetrante mirada hacia el interior del cuerpo enfermo, quisiera establecer el diagnóstico exacto del mal que padecía. El cuerpo del enfermo estaba tan demacrado, que se parecía a un esqueleto. Su piel estaba amarilla como las hojas caídas de un árbol otoñal.
El enfermo, al ver la presencia de Cristo, quiso incorporarse, pero su debilidad se lo impedía. Con la mirada fija en el dulce Maestro le suplicaba: Señor, ten piedad de mí, sáname. Sé que eres un Mensajero de Dios y que posees el poder de enderezar mis miembros torcidos y arrojar de mi cuerpo al Satanás que me está atormentando. Me muerde las entrañas, me oprime la garganta, me ahoga, no dejándome respirar. Entonces un familiar del enfermo, que lo acompañaba, dijo: Maestro, he visto con mis propios ojos que tiene metido el mismo demonio en su cuerpo, pues lo vi al asomarse este demonio por la boca del enfermo cuando duerme. Vi su horrible rostro que era redondo, tenía enormes ojos y un gran bigote alrededor del hocico.
Cristo, asintiendo con la cabeza, como que comprendía de qué se trataba, se acercó a Juan y al selecto grupo de discípulos –a los que estaba aleccionando en los secretos de sanar enfermos- y les dijo: No es un espíritu maligno o un Satanás lo que tiene metido dentro de su cuerpo, sino una enorme lombriz. Este gusano penetró en su cuerpo hace años como un pequeño microbio, con las abominables comidas con que el enfermo se alimentaba. Esta lombriz se anida, preferiblemente, en el tubo digestivo, nutriéndose con lo mejor de las comidas del enfermo. Con los años, esta lombriz creció enormemente dentro de sus entrañas y suele llegar a un largo de cuatro codos (1,70 metros). Ahora, al ayunar el enfermo durante varios días y no darle comida al gusano, éste, atormentado por el hambre, se torna maligno, batiendo y retorciéndose dentro de su vientre. Con sus fauces de pulpo, muerde y pellizca las paredes intestinales y del estómago, llegando hasta la boca en busca de alimentos, chupando y succionando los residuos de los alimentos añejos que suelen quedar pegados en los intestinos. Al no encontrar ya nada que comer en el interior del cuerpo, la lombriz se asoma hasta afuera de la boca, tapando con su voluminoso cuerpo los conductos respiratorios, lo que ahoga y asfixia al enfermo. El pueblo no sabe de qué se trata, y llama a este gusano Satanás y con este nombre tendré que seguir llamándole también, para hacerme comprender mejor por la muchedumbre.
Y dirigiéndose Jesús directamente al enfermo, le dice: El ayuno de varios días a que te has sometido está comenzando a dar buenos resultados. Pues al no comer tú, tampoco come Satanás que tienes como indeseable huésped alojado en tus entrañas. Este huésped, también tuvo que ayunar contigo y ahora tiene mucha hambre, por lo cual te atormenta. Por tu ignorancia comiste alimentos inmundos que han infectado tu cuerpo y lo convirtieron en una cueva de Satanás, en vez de ser un templo sacrosanto en que habita Dios. Pero no temas, Satanás será aniquilado antes que él te aniquile a ti. Porque mientras ayunas y oras, los Ángeles de Dios protegen tu cuerpo, para que la ira de Satanás no lo aniquile, porque Satanás es impotente ante el poder de los Divinos Ángeles.
Entonces, los concurrentes muy impresionados ante las revelaciones del Divino Maestro, se arrodillaron frente a Él y le suplicaron diciendo: Maestro, ten piedad con este pobre desvalido, porque sufre más que todos nosotros. Si no arrojas pronto a Satanás de su cuerpo, tememos que no viva hasta mañana.
Cristo respondió: Grande es en verdad vuestra fe y será hecho como pedís. Luego veréis vosotros, cara a cara, a Satanás y su extraño rostro y entonces os convenceréis del poder de los Ángeles de Dios, al expulsarlo de las entrañas de este enfermo.
En seguida, Jesús hizo sacar leche de una burra que estaba pastando cerca, y un recipiente con esta tibia leche –que evaporaba un agradable aroma a leche recién sacada- lo colocó delante de la boca y las narices del enfermo, diciendo: Los tres Ángeles del Señor intervendrán ahora en el milagro que enseguida veréis con vuestros propios ojos, pues el Ángel del agua compone lo esencial de la leche; el Ángel del Sol la calentará y evaporará y el Ángel del aire se encargará de llevar este vapor por la boca y las narices a los pulmones del enfermo y también hasta el hocico del demonio, a quien le gusta mucho la leche fresca.
Así sucedió efectivamente, porque el vapor de la leche, calentada y evaporada por el ardiente Sol, empezó a levantarse abundantemente, llenando todo el ambiente con su grato aroma a leche fresca recién sacada. Cristo, que mantenía la cabeza del postrado en su regazo, apoyada en sus manos, acercó aun más la palangana a sus narices y dijo: Aspirad, ahora, fuerte, hondamente el vapor de la leche, para que los Ángeles del agua, Sol y aire, penetren en tu cuerpo y atraigan afuera a Satanás.
El postrado aspiró hondamente el vapor de la leche, que, blanquecino, salía de la palangana.
Cristo, para dar ánimo al postrado a sus pies, le decía: No te desesperes y ten fe, porque luego Satanás saldrá afuera de tu cuerpo por tu boca, ya que está hambriento porque tú lo obligaste a ayunar.
Atraído por el aromático vapor que despide la leche fresca y caliente, Satanás saldrá afuera, ansioso de satisfacer su hambre con su alimento predilecto, que es la leche.
Entonces, el cuerpo del enfermo se estremecía con temblorosas convulsiones y hacía esfuerzos para vomitar, pero no podía. Boqueaba para tomar aire, mas, no podía, porque había algo que impedía su respiración, por lo cual se desmayó, manteniendo Jesús firme la cabeza del desmayado en sus manos, la cual remecía para procurarle aire.
Ahora Jesús, señalando la boca del enfermo, ampliamente abierta, dijo a Juan: Mira adentro de la boca par que veas a Satanás ya que está saliendo lentamente afuera.
Entonces, todos los que le rodeaban podrían ver con terror y asombro a Satanás, que salía de la boca abierta del desmayado, dirigiéndose lentamente hacia la leche.
Jesús aprovechó esta circunstancia para arrancar la cabeza del gusano y aplastarla con una piedra. Acto seguido sacó afuera de las entrañas del paciente el resto de la lombriz, que era más larga que el alto de un hombre.
Cuando el enfermo se hubo liberado de este abominable animal, que lo estaba atormentando tantos años, recobró su aliento, respiro hondamente y lloró de alegría. Con alguna dificultad se incorporó sobre sus piernas y luego dio algunos pasos. Estaba feliz al constatar que podía andar de nuevo. Sus fuerzas empezaban a recuperarse, su nublada vista se empezaba a aclarar, lo que le permitía, ahora, ver mejor a su bienhechor, a Cristo, que con afectuosa sonrisa lo miraba.
Jesús, más complacido con su paciente, le dijo: Mirad esta enorme bestia que tenías alojada en tus entrañas, está gorda, bien nutrida, porque se comía lo mejor de tus alimentos, dejándote flaco y desnutrido, sin fuerzas para trabajar. Para que no te suceda algo semejante, desde ahora dejarás de alimentarte con comidas abominables, para que así tu cuerpo sea puro y limpio, convirtiéndose en un templo del Señor, tu Dios, que habitará en el Tabernáculo de tu corazón.
Y todos los concurrentes estaban felices y admirados de la sabiduría de Cristo y le decían: Maestro, en realidad tú eres Mensajero enviado del Altísimo, ya que conoces todos los secretos de las enfermedades y de la salud.
El recién sanado, a altas voces, pregonaba con alabanzas la sabiduría de Jesús. Se postró, le besó sus pies y lloró de alegría y con él todos los concurrentes.

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