Cristo expulsó del cuerpo de un
desvalido una enorme lombriz que lo atormentaba durante muchos años y lo tenía
reducido a una piltrafa, sin emplear purgantes ni otros remedios, sirviéndose
tan sólo del ayuno y del vapor de la leche.
En seguida,
Juan, el discípulo amado de Cristo, que siempre estaba a su lado, dice al
Maestro: Señor, hay entre la muchedumbre un enfermo yaciente en el suelo debido
a su debilidad, que ni gateando con el auxilio de las manos alcanza a acercarse
a ti y con su débil voz desde lejos clama: Maestro, sáname, porque sufro mucho.
Jesús, acercándose
al enfermo que estaba en el suelo, lo observó atentamente un largo rato, como
si, con su penetrante mirada hacia el interior del cuerpo enfermo, quisiera
establecer el diagnóstico exacto del mal que padecía. El cuerpo del enfermo
estaba tan demacrado, que se parecía a un esqueleto. Su piel estaba amarilla
como las hojas caídas de un árbol otoñal.
El enfermo, al
ver la presencia de Cristo, quiso incorporarse, pero su debilidad se lo impedía.
Con la mirada fija en el dulce Maestro le suplicaba: Señor, ten piedad de mí, sáname.
Sé que eres un Mensajero de Dios y que posees el poder de enderezar mis
miembros torcidos y arrojar de mi cuerpo al Satanás que me está atormentando. Me
muerde las entrañas, me oprime la garganta, me ahoga, no dejándome respirar.
Entonces un familiar del enfermo, que lo acompañaba, dijo: Maestro, he visto
con mis propios ojos que tiene metido el mismo demonio en su cuerpo, pues lo vi
al asomarse este demonio por la boca del enfermo cuando duerme. Vi su horrible
rostro que era redondo, tenía enormes ojos y un gran bigote alrededor del
hocico.
Cristo,
asintiendo con la cabeza, como que comprendía de qué se trataba, se acercó a
Juan y al selecto grupo de discípulos –a los que estaba aleccionando en los
secretos de sanar enfermos- y les dijo: No es un espíritu maligno o un Satanás
lo que tiene metido dentro de su cuerpo, sino una enorme lombriz. Este gusano
penetró en su cuerpo hace años como un pequeño microbio, con las abominables
comidas con que el enfermo se alimentaba. Esta lombriz se anida,
preferiblemente, en el tubo digestivo, nutriéndose con lo mejor de las comidas
del enfermo. Con los años, esta lombriz creció enormemente dentro de sus
entrañas y suele llegar a un largo de cuatro codos (1,70 metros ). Ahora, al
ayunar el enfermo durante varios días y no darle comida al gusano, éste,
atormentado por el hambre, se torna maligno, batiendo y retorciéndose dentro de
su vientre. Con sus fauces de pulpo, muerde y pellizca las paredes intestinales
y del estómago, llegando hasta la boca en busca de alimentos, chupando y
succionando los residuos de los alimentos añejos que suelen quedar pegados en
los intestinos. Al no encontrar ya nada que comer en el interior del cuerpo, la
lombriz se asoma hasta afuera de la boca, tapando con su voluminoso cuerpo los
conductos respiratorios, lo que ahoga y asfixia al enfermo. El pueblo no sabe
de qué se trata, y llama a este gusano Satanás y con este nombre tendré que
seguir llamándole también, para hacerme comprender mejor por la muchedumbre.
Y dirigiéndose
Jesús directamente al enfermo, le dice: El ayuno de varios días a que te has
sometido está comenzando a dar buenos resultados. Pues al no comer tú, tampoco
come Satanás que tienes como indeseable huésped alojado en tus entrañas. Este
huésped, también tuvo que ayunar contigo y ahora tiene mucha hambre, por lo
cual te atormenta. Por tu ignorancia comiste alimentos inmundos que han
infectado tu cuerpo y lo convirtieron en una cueva de Satanás, en vez de ser un
templo sacrosanto en que habita Dios. Pero no temas, Satanás será aniquilado
antes que él te aniquile a ti. Porque mientras ayunas y oras, los Ángeles de
Dios protegen tu cuerpo, para que la ira de Satanás no lo aniquile, porque
Satanás es impotente ante el poder de los Divinos Ángeles.
Entonces, los
concurrentes muy impresionados ante las revelaciones del Divino Maestro, se
arrodillaron frente a Él y le suplicaron diciendo: Maestro, ten piedad con este
pobre desvalido, porque sufre más que todos nosotros. Si no arrojas pronto a
Satanás de su cuerpo, tememos que no viva hasta mañana.
Cristo
respondió: Grande es en verdad vuestra fe y será hecho como pedís. Luego veréis
vosotros, cara a cara, a Satanás y su extraño rostro y entonces os convenceréis
del poder de los Ángeles de Dios, al expulsarlo de las entrañas de este
enfermo.
En seguida,
Jesús hizo sacar leche de una burra que estaba pastando cerca, y un recipiente
con esta tibia leche –que evaporaba un agradable aroma a leche recién sacada-
lo colocó delante de la boca y las narices del enfermo, diciendo: Los tres Ángeles
del Señor intervendrán ahora en el milagro que enseguida veréis con vuestros
propios ojos, pues el Ángel del agua compone lo esencial de la leche; el Ángel del
Sol la calentará y evaporará y el Ángel del aire se encargará de llevar este
vapor por la boca y las narices a los pulmones del enfermo y también hasta el
hocico del demonio, a quien le gusta mucho la leche fresca.
Así sucedió
efectivamente, porque el vapor de la leche, calentada y evaporada por el
ardiente Sol, empezó a levantarse abundantemente, llenando todo el ambiente con
su grato aroma a leche fresca recién sacada. Cristo, que mantenía la cabeza del
postrado en su regazo, apoyada en sus manos, acercó aun más la palangana a sus
narices y dijo: Aspirad, ahora, fuerte, hondamente el vapor de la leche, para
que los Ángeles del agua, Sol y aire, penetren en tu cuerpo y atraigan afuera a
Satanás.
El postrado
aspiró hondamente el vapor de la leche, que, blanquecino, salía de la
palangana.
Cristo, para
dar ánimo al postrado a sus pies, le decía: No te desesperes y ten fe, porque
luego Satanás saldrá afuera de tu cuerpo por tu boca, ya que está hambriento
porque tú lo obligaste a ayunar.
Atraído por el
aromático vapor que despide la leche fresca y caliente, Satanás saldrá afuera,
ansioso de satisfacer su hambre con su alimento predilecto, que es la leche.
Entonces, el
cuerpo del enfermo se estremecía con temblorosas convulsiones y hacía esfuerzos
para vomitar, pero no podía. Boqueaba para tomar aire, mas, no podía, porque
había algo que impedía su respiración, por lo cual se desmayó, manteniendo
Jesús firme la cabeza del desmayado en sus manos, la cual remecía para
procurarle aire.
Ahora Jesús,
señalando la boca del enfermo, ampliamente abierta, dijo a Juan: Mira adentro
de la boca par que veas a Satanás ya que está saliendo lentamente afuera.
Entonces,
todos los que le rodeaban podrían ver con terror y asombro a Satanás, que salía
de la boca abierta del desmayado, dirigiéndose lentamente hacia la leche.
Jesús aprovechó
esta circunstancia para arrancar la cabeza del gusano y aplastarla con una
piedra. Acto seguido sacó afuera de las entrañas del paciente el resto de la
lombriz, que era más larga que el alto de un hombre.
Cuando el
enfermo se hubo liberado de este abominable animal, que lo estaba atormentando
tantos años, recobró su aliento, respiro hondamente y lloró de alegría. Con
alguna dificultad se incorporó sobre sus piernas y luego dio algunos pasos.
Estaba feliz al constatar que podía andar de nuevo. Sus fuerzas empezaban a
recuperarse, su nublada vista se empezaba a aclarar, lo que le permitía, ahora,
ver mejor a su bienhechor, a Cristo, que con afectuosa sonrisa lo miraba.
Jesús, más
complacido con su paciente, le dijo: Mirad esta enorme bestia que tenías
alojada en tus entrañas, está gorda, bien nutrida, porque se comía lo mejor de
tus alimentos, dejándote flaco y desnutrido, sin fuerzas para trabajar. Para
que no te suceda algo semejante, desde ahora dejarás de alimentarte con comidas
abominables, para que así tu cuerpo sea puro y limpio, convirtiéndose en un
templo del Señor, tu Dios, que habitará en el Tabernáculo de tu corazón.
Y todos los
concurrentes estaban felices y admirados de la sabiduría de Cristo y le decían:
Maestro, en realidad tú eres Mensajero enviado del Altísimo, ya que conoces
todos los secretos de las enfermedades y de la salud.
El recién
sanado, a altas voces, pregonaba con alabanzas la sabiduría de Jesús. Se postró,
le besó sus pies y lloró de alegría y con él todos los concurrentes.