Cristo insiste en que la atención médica
debe ser gratuita; que la parábola del Buen Samaritano debe servir de ejemplo a
los médicos acerca de la manera en que ellos deben atender a los enfermos.
Y dirigiéndose
Jesús, exclusivamente a sus discípulos les dijo: Vosotros que os esmeráis en
aprender los secretos de sanar a los enfermos, debéis saber cómo manejar este
don y conservarlo una vez obtenido. Es que es muy fácil perderlo al abusar de él,
por ejemplo, si explotáis la enfermedad como negocio, como lo hacen algunos
curanderos oficiales, haciéndose inmensamente ricos con el dolor ajeno y la
desgracia del prójimo.
Sin embargo,
vosotros no procederéis así. Al estar en presencia de un enfermo, imploraréis
al Altísimo suplicando que acuda a sanarlo. Es que vosotros jamás podréis curar
por vosotros mismos a un enfermo, sino únicamente con el auxilio del Padre
Celestial, que es el artífice creador de los organismos, y, por lo tanto, sólo Él
conoce las enfermedades y la manera de sanarlas.
Debéis imitar
el ejemplo del Buen Samaritano, que se condolió del que yacía al borde del
camino, gravemente herido por bandoleros: le curó las heridas, lo transportó a
la posada y no le cobró nada por estos valiosos servicios. Al contrario, también
pagó de su bolsillo los gastos de su restablecimiento. Tal es el médico modelo
que debe servir de ejemplo para los médicos de todos los tiempos. Sin embargo,
si alguno de vosotros, o los que os sucedan se tienta de cobrar salario por la
atención de sus enfermos, ya sea dinero, dádivas u otras prebendas, pierde el
don de sanar a enfermos porque entonces Dios no acude en su ayuda. Tal médico se
torna en un mago, en un curandero, que solo fracasos y amarguras cosechará en
su inhumana profesión.
Cada denario que
cobre en la explotación de la enfermedad, como negocio, se convertirá en una
dolorosa espina que permanentemente le remorderá la conciencia, quitándole toda
la alegría de vivir. Ante la
Ley Inmaculada –que es Ley Divina-, este médico es un reo y
como tal, condenado a sufrir en su próxima reencarnación la misma miseria,
angustia y el mismo dolor que él hizo sufrir a sus pacientes, porque le será
aplicada con todo rigor la Ley
que dice: Con la misma vara que midas, serás medido.