sábado, 24 de agosto de 2013

Capítulo 2: El hombre debe su vida a la Madre Natura y al Padre Celestial



Cristo explica que todos los componentes del cuerpo humano, es decir, todos los visibles, proceden de la Madre Natura, la Madre Tierra, y los invisibles proceden del Padre Celestial (el alma y el espíritu). Por lo tanto, el hombre debe su vida a la Madre Natura y al Padre Celestial a los que debe venerar y obedecer sus mandamientos.

Vuestras carnes, vuestros huesos, vuestras venas y arterias y la sangre que corre dentro de ellas, todo esto ha salido de la Madre Tierra: De sus minerales, vegetales como verduras y frutas, sus aguas, el aire, el Sol, todo esto lo debéis a la bondadosa Madre Tierra.
La luz de vuestros ojos, el oír de vuestros oídos, el olfato de vuestras narices, todos estos dones nacieron de los colores, los sonidos y los aromas provenientes de la Madre Tierra.
La sangre que os da la vida tiene su origen en el agua, que es la sangre de la Madre Tierra y que la compenetra íntegramente. Ella llena de mares, lagos y ríos. El sol la evapora haciéndola subir a la atmósfera como nubes que con sus rocíos matinales y sus benéficas lluvias hacen crecer la vegetación, las siembras de trigales para vuestro pan cotidiano.
Esta bendita atmósfera nos compenetra hasta las profundidades de nuestro ser y nos envuelve como el agua envuelve al pez, la tierra a la simiente, o al aire a las avecillas del cielo. Esa bendita atmósfera forma policromas nubes que adornan los cielos con hermosos paisajes, tornándose a veces, en tempestades con sus ígneos relámpagos y ensordecedores truenos que estremecen, remueven, reviven y despiertan la dormida capa terrestre, beneficiándola de múltiples maneras. Todos los fenómenos de la naturaleza tienen razón de ser, porque son útiles y necesarios, aunque el hombre, por ahora no lo comprenda.
Esa bienhechora atmósfera, con las diferentes temperaturas de sus capas, causa impetuosos vientos que remueven el aire viciado, oxigenándolo con sus frescas brisas que diseminan el polen, fecundando las flores, haciendo fructificar toda la vegetación.
Este primordial elemento de la Naturaleza –el agua- que, repito, es la vivificante sangre de la Madre Tierra, circula dentro de ella y en todo su contorno, en el aire con sus benéficas lluvias y rocíos, en las profundidades con sus cristalinas vertientes, dando vida que palpita sobre la faz de este ameno planeta, llamado Tierra; en sus eternas nieves, que también son agua, pero sumida en sueño, que adornan los picachos de los montes, de cuyas alturas ese bendito elemento desciende en puras y cristalinas gotas que luego unidas con otras gotas, forman surcos, susurrantes arroyos y riachuelos, para engrosarlos en imponentes ríos, desembocando finalmente en lagunas, lagos e impetuosos mares.
De cierto os digo, sois hijos de la Madre Natura, de la Madre Tierra, porque de ella habéis recibido todo lo que sois, todo vuestro cuerpo material, igual como habéis recibido vuestro cuerpo celestial de vuestro Padre Celestial.
Este hecho es tan cierto e innegable, como cierto es que el niño recién nacido es hijo de las entrañas de su madre carnal.
Polvo sois y en polvo os convertiréis, porque habéis salido de la Madre Tierra y a ella un día tendréis que volver, ya que sois una sola unidad con la Madre Tierra, pues ella está en vosotros y vosotros dentro de ella. De ella nacisteis, en ella vivís y a ella algún día volveréis, porque vuestro cuerpo materia es y en materia se convertirá.
Guardad por lo tanto, los sabios preceptos de la Madre Natura, porque nadie puede alcanzar una perfecta salud y una larga vida ni ser feliz, sino mediante el fiel acatamiento de los Mandamientos de la Madre Natura, amándola y sirviéndola con todos vuestros esfuerzos, con todo vuestro entendimiento. Amarla y servirla significa practicar y vivir las grandes virtudes humanas.
Vosotros estáis íntimamente ligados a la Madre Natura, porque vuestro aliento es su aliento; vuestro pulso es su pulso, vuestras emociones son sus emociones. Vuestra sangre es su sangre, vuestra carne es su carne, vuestros huesos sus huesos, vuestras entrañas sus entrañas. También vuestros ojos, oídos y olfatos son sus ojos, oídos y olfatos.
En verdad os digo, si con vuestros vicios o malos hábitos ocasionáreis algún daño a vuestro cuerpo, o a cualquiera de sus órganos, infringiréis gravemente  los sabios preceptos de la Madre Natura y os haréis merecedores de dolorosas sanciones, enfermedades, dolores y sufrimientos.
Porque el cuerpo que vosotros creéis vuestro, no es vuestro, sino tan sólo prestado por la Madre Natura, como herramienta e instrumento de evolución, para que vuestra alma con su auxilio pueda practicar en este Taller del Señor, adquirir experiencia, conocimiento y sabiduría.
Cuando padecéis de alguna enfermedad o algún dolor, es señal segura de que habéis abusado de vuestro cuerpo y desobedecido los Mandamientos de la Madre Natura.
En cambio, si en cualquier edad gozáis de una perfecta salud, pero ante todo en una avanzada ancianidad, es señal segura de que habéis obedecido los Mandamientos de la Madre Natura, que ahora os premia con una larga vida y una buena salud.
De cierto os digo que si abusáis de vuestro cuerpo estáis infringiendo gravemente contra los Mandamientos de la Madre Natura, y en tal caso no escaparéis del castigo, consistente en graves enfermedades, achaques, dolores y muerte prematura.
Benditos los hijos de la Madre Tierra que sumisamente le obedecen, porque serán mimados y agasajados por ella, otorgándoles bienestar y felicidad, prosperidad material y espiritual, una buena salud y una larga vida.
Si estáis sufriendo graves achaques, enfermedades y dolores, os aseguro que estos males se os quitarán como por obra de encanto si os incorporáis dentro de las Leyes Naturales, obedeciéndolas rigurosamente, cual premio por haber vuelto al regazo de la Madre Natura. Al incorporarse dentro de la Ley Natural vuestra ancianidad será plácida, sin achaques ni dolores, gozando de una perfecta salud y una larga vida, colmada de felicidad y protegida de lo alto.
Es el hijo pródigo que regresa sumiso al regazo de la Madre Natura, recibiendo todo cariño y protección de ella; lo protege de accidentes, asaltos de bandoleros, de picaduras de serpientes venenosas, de animales feroces, de incendios, inundaciones, malas cosechas, terremotos y de tantos riesgos y peligros que acechan a los hijos rebeldes que se mofan de su propia Madre al pisotear sus Mandamientos. Pero, a pesar de esta rebelión, Madre Natura ama tiernamente aun a sus hijos malos, sacrificándose para cuidarlos cuando caen enfermos. Es que únicamente la Madre Natura tiene el poder exclusivo de sanaros si estáis enfermos. Fuera de ella, nada ni nadie en el mundo puede sanaros, ni el más docto de los médicos con sus remedios milagrosos y sus menjunjes, porque las medicinas y los remedios jamás curan, ni pueden curar. Lo único que cura y sana las enfermedades es el estricto acatamiento a la Ley Natural. Es por este motivo, por infringir contra las Leyes Divinas, que jamás sabio alguno hallará una droga milagrosa para sanar una enfermedad.
Bienaventurados los obedientes y sumisos hijos que aman a la Madre Natura, porque serán agasajados por ella y protegidos y así, seguros reposarán en su blando regazo. Porque en verdad os digo, la Madre Natura nunca deja de amar a sus hijos, sólo que se entristece cuando ellos la desobedecen, se avergüenzan de ella, o la abandonan. Grandes es el gozo que ella experimenta cuando el hijo pródigo, sumiso y arrepentido vuelve a sus brazos. Este es su mayor goce; más grande que las montañas, más grande y más profundo que el más hondo de los mares.
A tales hijos arrepentidos, ella los colma con sus bendiciones, con sus dádivas y sus distinciones. Los cuida y los protege, como la gallina cuida y protege sus polluelos o la leona sus cachorros. Así, la amorosa Madre Natura afanosamente protege a sus hijos, los cuida y salva de tantos peligros que en el camino los asechan, si ellos con absoluta fe y confianza se entregan en sus brazos, tal como el niño confía en su madre al entregarse sin titubear en sus protectores brazos.

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