domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 3: Madre Natura ama tiernamente a sus hijos aunque ellos no la amen



Madre Natura ama tiernamente a sus hijos aunque ellos no la amen. Ella ama y protege aun a los más malos. Siendo la ignorancia la raíz y la causa de todos los males, Madre Natura se esfuerza de enseñar y aleccionar a sus hijos. A los más aplicados y obedientes, ella los premia prodigándoles buena salud, mientras que a los rebeldes, ella los castiga con enfermedades y dolores.

No me canso de repetiros, que Madre Natura ama tiernamente a sus hijos. Ama aun a los más malos y los protege afanosamente en su desgracia. No niega su amorosa protección aun a los que la insultan, la huyen y desdeñan. Con métodos amorosos, suaves y persuasivos, les habla mediante la voz de la conciencia y el remordimiento, tratando de convencerlos a que se incorporen en su confortable regazo, es decir, al camino del recto vivir.
Pero cuando sus buenos consejos fallan y también todos sus esfuerzos persuasivos, entonces la faz amorosa y sonriente de la Madre Natura se torna seria, dura y severa. Sin compasión entrega a sus hijos desobedientes y rebeldes al maestro dolor, al severísimo Ángel dolor, que mediante suplicios duros y a veces persuasivos, sabe hacerlos llevar a una vida decente y decorosa, al ejercicio de las grandes virtudes humanas, empezando por el esforzado y honrado trabajo.
Ángel dolor, simbolizado por la figura de un diablo simpático de rostro atrayente, agradable y siempre alegre, de maneras afables, pero que en el fondo es perverso, malo, criminal. Por esto se le llama Belcebú, que es el príncipe de los demonios, es decir, el más malo de los malos. Es maestro en tender trampas a los humanos, tejer finas redes como las arañas, para hacerlos caer en ellas como moscas. Como cebo y anzuelo emplea las propias tendencias e inclinaciones de cada cual, sus propios alegres vicios, exponiéndolos a dolorosas experiencias que jamás son vengativas, sino altamente aleccionadoras e instructivas, que en el fondo son inspiradas por el más puro amor.
A sus pupilos los expone a serios peligros, a graves accidentes y calamidades sin fin, para hacerle palpar y ver los efectos de sus propios vicios y así persuadirlos de dejarlos, de odiarlos y de volver al camino del recto vivir.
Este príncipe del mal, vistiendo elegantes y atractivos ropajes, sabe deslumbrar y seducir a cada cual, aprovechándose de los propios gustos e inclinaciones arraigados en su corazón. Así, algunos pupilos caen mejor en su trampa poniendo en ella deslumbrantes riquezas, el brillo del oro o la plata, fantásticos castillos con lujosas servidumbres; otros, en cambio, caen más fácilmente tentándolos con el poder, el mando, la celebridad, el lujo, títulos nobiliarios, la fama, la gloria; a otros los tienta con bellas damas, orgías amorosas, deleites del opio, el juego, casino, carreras.
Cegados ante tan espléndidos halagos, tanto brillo, belleza y gloria, pronto se enredan en las telarañas tendidas por Satanás. Entonces ya enredados, Satanás les deja gozar un corto tiempo con toda su plenitud en sus desenfrenos naturales. Pero, cuando llegan al colmo sus deleites, Satanás los deja caer en lo más hondo de los abismos. Les quita todo lo que les halaga, riqueza, oro, plata, castillos, lujo, fama, mujeres y hasta la salud, haciéndolos rodar cuesta  abajo, de tumbo en tumbo, hasta los abismos de la más espantosa depravación moral, a la fornicación, embriaguez, vicio del opio, juego de azar, vida disoluta del holgazán, para finalmente caer como basuras y desechos sociales, en hospitales, hospicios, manicomios, presidios…
Tantos vicios han envenenado sus organismos convirtiéndolos en piltrafas humanas. Sus cuerpos están llenos de abominables suciedades a causa de sus desordenadas e inmunes comidas, bebidas embriagantes, drogas calmantes. Sus órganos digestivos están sucios con grandes acumulaciones de alimentos indigestos, convertidos en basurales en los que pululan gusanos, lombrices y una infinidad de microorganismos infecciosos, causantes de muchas enfermedades como el cáncer y la gangrena, que degeneran en lepra. Sus evacuaciones son irregulares, con nauseabundo olor. Esta suciedad coagula la sangre convirtiéndola en una especie de grasa negra, espesa, hedionda, como el agua detenida y podrida de un pantano.
La sangre inmunda dispersa sus venenos e inmundicias por todo el organismo, infectándolo íntegramente; las carnes, los huesos, nervios, venas y los órganos más nobles que empiezan a fallar.
Los huesos pierden su solidez, se tornan frágiles, nudosos, quebradizos. Su respiración se hace difícil, se ahogan frecuentemente. Es que sus pulmones están perforados y ya no respiran normalmente. Dentro de sus entrañas todo huele mal, lo que se manifiesta en una maloliente respiración y evacuación. Sus ojos se tornan turbios, vidriosos, sin vida ni brillo. Finalmente se apagan, sobreviniendo una ceguera parcial a aun total. Tampoco el oído funciona correctamente, ya que el pus invade esa delicada cavidad. Finalmente, se ponen completamente sordos. Por la misma causa pierden la capacidad del olfato.
De esta manera Madre Natura quita sus dones al hijo rebelde e incorregible: aliento, sangre, carne, huesos, entrañas, ojos, oídos, olfato, sueño. Finalmente le falla el cerebro, sobreviniéndole la demencia y la locura. Tal es el castigo que sufren los malos hijos que se portan insolentes con su Madre Natura.
Sin embargo, si este hijo testarudo, a última hora se arrepiente de sus pecados y sumiso vuelve al seno de la Madre Natura, ella, con gran regocijo, lo recibe y lo perdona. Le basta que retorne a una vida honesta del honrado trabajo y del recto vivir, sin vicios ni malos hábitos y, ante todo, observar las Leyes Naturales y los preceptos de la Madre Natura, para librarse de las garras de su verdugo el implacable Satanás y de sus torturas, rechazando en el futuro todos sus tentadores halagos. Al comprobar Madre Natura que este hijo pródigo realmente toma en serio la vida y se esfuerza en regenerarse, ella, en su inmenso amor, le presta toda ayuda. Para esto ella le envía todos sus ángeles para que lo aleccionen y lo guíen en el sendero del recto vivir. Luego, el hijo pródigo al verse libre de las torturas de Satanás, reconoce con gran alegría que la única manera de librarse de su verdugo, ha sido el correr hacia el regazo amable y seguro de su amorosa Madre, la Madre Natura y obedecerla en todo lo que ella mandaba. Para ser más claro, dejar de pecar, abandonando los vicios y malos hábitos, significa correr al regazo de la Madre Natura, donde no se atreve a acercarse el diablo, o sea, los vicios y malos hábitos del hijo arrepentido. Es que nadie puede servir a dos señores, a Dios y al diablo, a la Madre Natura y a Belcebú.

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