domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 4: Cristo contesta a los fariseos preguntas acerca de la interpretación de las Escrituras


Cristo contesta a los fariseos preguntas acerca de la interpretación de las Escrituras, exhortando: No busquéis la verdad en viejos papiros ni en escrituras ancestrales; son letra muerta, escritas por hombres muertos en vida, hombres falibles. Buscad la Verdad en la letra viva, que palpita en la Naturaleza viviente, donde ella se manifiesta en infinitas formas, hablándonos por miles de bocas. Ante todo buscadla dentro de vosotros mismos y tratad de comprenderla y obedecerla. De esta manera habréis encontrado el inapreciable elixir de una larga vida, de una buena salud y una verdadera dicha de vivir.

Todos los presentes escuchaban atónitos sus sabias enseñanzas, ante todo, sus discípulos selectos, encabezados por Juan, que siempre estaba cerca de Él.
Es que sus enseñanzas eran llenas de sabiduría, de espíritu y hondo contenido moral, de autoridad y poder, sin las vacilantes e inseguras afirmaciones de los sacerdotes y escribas.
Tanto era el poder de Cristo de atraer hacia sí las muchedumbres, que éstas, aun a la puesta del Sol no se retiraban, sino que sentadas a su derredor seguían escuchando y preguntando.
Le suplicaban: Maestro, enséñanos explicándonos las Leyes de la vida, porque deseamos vivir en armonía con la Madre Natura, a fin de no enfermarnos y vivir felices una larga vida.
Jesús les contestó: En verdad os digo, nadie puede ser sano ni feliz, si no cumple con los severos mandamientos de la Madre Naturaleza.
Y algunos escribas y fariseos allí presente respondieron: Nosotros obedecemos los Mandamientos de las Leyes de Moisés, nuestro máximo Legislador, según están escritas estas leyes en las Sagradas Escrituras.
Y Jesús, levantando el tono de su voz, expresó: No busquéis la Ley en vuestras escrituras. Las escrituras son tan sólo letra muerta y la Ley es vida palpitante. Debéis saber que Moisés no recibió la Ley escrita, sino de voz viva.
Repito, la Ley es la palabra viva, del Dios viviente, dirigida a profetas vivientes, a hombres vivos. La ley está escrita en letras indelebles en toda la naturaleza viviente, en todo lo que palpita vida, de donde ella nos habla por miles de bocas.
Vosotros podéis escuchar y leer en el libro abierto de la naturaleza viviente, en las plantas, que nos hablan por medio de sus flores y sus aromas; en las arboledas con sus deliciosos frutos; en las vertientes cristalinas, en los riachuelos e imponentes ríos; ella nos habla con sus aguas vivientes y su eterno murmullo. En los mares con su fluctuante respirar de alta y baja marea y sus violentos oleajes. Aun en las rocas más duras hay palpitante vida, sin cuya vibrante cohesión ellas se desintegrarían en polvo.
En verdad os digo, la vida nos habla desde las duras rocas, los vibrantes minerales, desde el reino vegetal y animal, desde lo más hondo de los mares con sus peces de insospechadas formas, tamaños y colores; nos habla desde las alturas del firmamento, desde las arboledas, con el maravilloso cántico de las avecillas del cielo.
En verdad os digo, buscad la Ley en la palpitante vida, ante todo en vosotros mismos y tratad de comprenderla y obedecerla, pues, sólo así conservaréis la buena salud y seréis felices. En verdad os digo, que todas estas palpitantes manifestaciones de la vida están más cerca de Dios, que todas las escrituras muertas, inertes y sin vida.
Dios, en su inmensa sabiduría ha creado el milagro de la naturaleza viviente y todo lo que en ella mora, vive y palpita, para que ella, por miles de bocas y por sus infinitas manifestaciones hable a los hombres y les revele y enseñe sus sabias leyes. A su vez, Dios ha dotado a los hombres de la razón, de la inteligencia y de la sabiduría, al concederles parte de su Divino espíritu, para que así, iluminándolos, puedan leer el libro abierto de la naturaleza, conocer sus leyes y acatarlas. De allí que los hombres deben esforzarse en emplear ésta su inteligencia y en escudriñar la naturaleza, porque así, únicamente, podrán descubrir sus sabias Leyes, escritas en cada detalle de su obra.
¡Ay del hombre que cierra sus ojos para no ver la realidad de la vida! Y ¡ay del hombre que cierra sus oídos para no escuchar el impetuoso rodar de incontenible progreso!
Una vez más os digo, las escrituras son obras del hombre falible, sujeto a errores de interpretación, mas la letra no escrita, manifestada por la viviente naturaleza es infalible, sin error, porque es obra de Dios, es su auténtica palabra, su idioma universal.
¡Ay del hombre que prefiere escuchar la letra muerta contenida en anacrónicos papiros y añejos manuscritos, a escuchar la fresca y viviente palabra que Dios habla a través de la palpitante naturaleza, susurrándole a los oídos por miles de bocas y hasta el propio corazón, su cerebro y su conciencia.

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