Cristo contesta a
los fariseos preguntas acerca de la interpretación de las Escrituras,
exhortando: No busquéis la verdad en viejos papiros ni en escrituras
ancestrales; son letra muerta, escritas por hombres muertos en vida, hombres
falibles. Buscad la Verdad
en la letra viva, que palpita en la Naturaleza viviente, donde ella se manifiesta en
infinitas formas, hablándonos por miles de bocas. Ante todo buscadla dentro de
vosotros mismos y tratad de comprenderla y obedecerla. De esta manera habréis
encontrado el inapreciable elixir de una larga vida, de una buena salud y una
verdadera dicha de vivir.
Todos los presentes escuchaban atónitos sus sabias enseñanzas, ante todo, sus discípulos selectos, encabezados por Juan, que siempre estaba cerca de Él.
Es que sus
enseñanzas eran llenas de sabiduría, de espíritu y hondo contenido moral, de
autoridad y poder, sin las vacilantes e inseguras afirmaciones de los
sacerdotes y escribas.
Tanto era el
poder de Cristo de atraer hacia sí las muchedumbres, que éstas, aun a la puesta
del Sol no se retiraban, sino que sentadas a su derredor seguían escuchando y
preguntando.
Le suplicaban:
Maestro, enséñanos explicándonos las Leyes de la vida, porque deseamos vivir en
armonía con la Madre Natura ,
a fin de no enfermarnos y vivir felices una larga vida.
Jesús les contestó:
En verdad os digo, nadie puede ser sano ni feliz, si no cumple con los severos
mandamientos de la Madre Naturaleza.
Y algunos
escribas y fariseos allí presente respondieron: Nosotros obedecemos los
Mandamientos de las Leyes de Moisés, nuestro máximo Legislador, según están
escritas estas leyes en las Sagradas Escrituras.
Y Jesús,
levantando el tono de su voz, expresó: No busquéis la Ley en vuestras escrituras.
Las escrituras son tan sólo letra muerta y la Ley es vida palpitante. Debéis saber que Moisés
no recibió la Ley
escrita, sino de voz viva.
Repito, la Ley es la palabra viva, del
Dios viviente, dirigida a profetas vivientes, a hombres vivos. La ley está
escrita en letras indelebles en toda la naturaleza viviente, en todo lo que
palpita vida, de donde ella nos habla por miles de bocas.
Vosotros podéis
escuchar y leer en el libro abierto de la naturaleza viviente, en las plantas,
que nos hablan por medio de sus flores y sus aromas; en las arboledas con sus
deliciosos frutos; en las vertientes cristalinas, en los riachuelos e
imponentes ríos; ella nos habla con sus aguas vivientes y su eterno murmullo.
En los mares con su fluctuante respirar de alta y baja marea y sus violentos
oleajes. Aun en las rocas más duras hay palpitante vida, sin cuya vibrante
cohesión ellas se desintegrarían en polvo.
En verdad os
digo, la vida nos habla desde las duras rocas, los vibrantes minerales, desde
el reino vegetal y animal, desde lo más hondo de los mares con sus peces de
insospechadas formas, tamaños y colores; nos habla desde las alturas del
firmamento, desde las arboledas, con el maravilloso cántico de las avecillas
del cielo.
En verdad os
digo, buscad la Ley
en la palpitante vida, ante todo en vosotros mismos y tratad de comprenderla y
obedecerla, pues, sólo así conservaréis la buena salud y seréis felices. En
verdad os digo, que todas estas palpitantes manifestaciones de la vida están más
cerca de Dios, que todas las escrituras muertas, inertes y sin vida.
Dios, en su
inmensa sabiduría ha creado el milagro de la naturaleza viviente y todo lo que
en ella mora, vive y palpita, para que ella, por miles de bocas y por sus
infinitas manifestaciones hable a los hombres y les revele y enseñe sus sabias
leyes. A su vez, Dios ha dotado a los hombres de la razón, de la inteligencia y
de la sabiduría, al concederles parte de su Divino espíritu, para que así, iluminándolos,
puedan leer el libro abierto de la naturaleza, conocer sus leyes y acatarlas.
De allí que los hombres deben esforzarse en emplear ésta su inteligencia y en escudriñar
la naturaleza, porque así, únicamente, podrán descubrir sus sabias Leyes,
escritas en cada detalle de su obra.
¡Ay del hombre
que cierra sus ojos para no ver la realidad de la vida! Y ¡ay del hombre que
cierra sus oídos para no escuchar el impetuoso rodar de incontenible progreso!
Una vez más os
digo, las escrituras son obras del hombre falible, sujeto a errores de
interpretación, mas la letra no escrita, manifestada por la viviente naturaleza
es infalible, sin error, porque es obra de Dios, es su auténtica palabra, su
idioma universal.
¡Ay del hombre
que prefiere escuchar la letra muerta contenida en anacrónicos papiros y añejos
manuscritos, a escuchar la fresca y viviente palabra que Dios habla a través de
la palpitante naturaleza, susurrándole a los oídos por miles de bocas y hasta
el propio corazón, su cerebro y su conciencia.