domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 24: Fervientes oraciones y rigurosos ayunos



Cristo somete a todos los concurrentes enfermos a fervientes oraciones y a un riguroso ayuno por el plazo de siete días, sanando la mayoría de los achaques.

Y Cristo partió diciendo a Juan: Dejo a tu cuidado este rebaño. Volveré al séptimo día de ayuno y oración, para celebrar a los que perseveraron ayunando y orando los siete días.
Ante esta exhortación, muchos de los enfermos perseveraron en el ayuno y oración hasta completar los siete días. Y cuando terminó el séptimo día de ayuno y oración, grande fue la recompensa que recibieron del Cielo los que perseveraron ayunando hasta los siete días. Pues todos sus achaques y dolores les habían desaparecido como por obra de encantamiento, lo cual pregonaban a grandes voces los convalecientes.
El último día de ayuno y oración fue celebrado con especial solemnidad, alegría y regocijo. Hasta una magnífica aurora vino en ayuda a este solemne recogimiento. Ninguna nube obscurecía el cielo. El Sol salió con más brillo y esplendor. Y cuando el astro Rey empezaba a levantarse en el horizonte, todos vieron atónitos como Cristo bajaba de las altas montañas y cómo, flotando en el aire, se dirigía hacia ellos, con el esplendor de un Sol, irradiando todo su cuerpo una brillantez que cegaba más que el Sol.
Cristo, al estar entre ellos, e irradiando su augusta faz una inmensa alegría, levantó los brazos diciendo: La paz sea con vosotros.
Nadie se atrevió a pronunciar palabra. Todos se postraron ante él y besaban el borde de su vestimenta, en señal de profunda admiración, respeto y gratitud por haberlos sanado de sus males.
Les decía: No me deis gracias a mí, sino al Altísimo que me ha enviado. Él creó todo lo que es y existe, incluso a la Madre Naturaleza y también a los Ángeles, para que os sirvan, si sumisos y arrepentidos, con ayunos y oraciones solicitáis sus servicios. Acto seguido, Cristo despidió a la gente para que se fuesen a sus casas. Bendiciéndoles, les dijo: idos en paz y no pequéis más contra la Madre Natura, porque sólo así estaréis sanos, sin dolores ni enfermedades.
Empero, muchos respondieron: Maestro, ¿Adónde iremos, cuando estamos tan bien aquí? No queremos alejarnos de ti, porque tú irradias paz y felicidad, lo que nos eleva el ánimo y nos da alegría de vivir. Maestro, dinos, ¿cuáles son los pecados capitales contra la Madre Natura, que debemos evitar para mantenernos sanos?
Cristo respondió: En verdad, vuestra fe me conmueve. Hágase conforme pedís. Acto seguido se sentó entre ellos y les habló acerca de las virtudes que los hombres deben practicar y los pecados que deben evitar para vivir felices, sin enfermedades ni dolores, una larga vida aquí en la Tierra.

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