Cristo somete a todos los concurrentes
enfermos a fervientes oraciones y a un riguroso ayuno por el plazo de siete días,
sanando la mayoría de los achaques.
Y Cristo partió
diciendo a Juan: Dejo a tu cuidado este rebaño. Volveré al séptimo día de ayuno
y oración, para celebrar a los que perseveraron ayunando y orando los siete días.
Ante esta
exhortación, muchos de los enfermos perseveraron en el ayuno y oración hasta
completar los siete días. Y cuando terminó el séptimo día de ayuno y oración,
grande fue la recompensa que recibieron del Cielo los que perseveraron ayunando
hasta los siete días. Pues todos sus achaques y dolores les habían desaparecido
como por obra de encantamiento, lo cual pregonaban a grandes voces los
convalecientes.
El último día
de ayuno y oración fue celebrado con especial solemnidad, alegría y regocijo.
Hasta una magnífica aurora vino en ayuda a este solemne recogimiento. Ninguna
nube obscurecía el cielo. El Sol salió con más brillo y esplendor. Y cuando el
astro Rey empezaba a levantarse en el horizonte, todos vieron atónitos como
Cristo bajaba de las altas montañas y cómo, flotando en el aire, se dirigía
hacia ellos, con el esplendor de un Sol, irradiando todo su cuerpo una
brillantez que cegaba más que el Sol.
Cristo, al
estar entre ellos, e irradiando su augusta faz una inmensa alegría, levantó los
brazos diciendo: La paz sea con vosotros.
Nadie se
atrevió a pronunciar palabra. Todos se postraron ante él y besaban el borde de
su vestimenta, en señal de profunda admiración, respeto y gratitud por haberlos
sanado de sus males.
Les decía: No
me deis gracias a mí, sino al Altísimo que me ha enviado. Él creó todo lo que
es y existe, incluso a la
Madre Naturaleza y también a los Ángeles, para que os sirvan,
si sumisos y arrepentidos, con ayunos y oraciones solicitáis sus servicios. Acto
seguido, Cristo despidió a la gente para que se fuesen a sus casas. Bendiciéndoles,
les dijo: idos en paz y no pequéis más contra la Madre Natura , porque sólo así
estaréis sanos, sin dolores ni enfermedades.
Empero, muchos
respondieron: Maestro, ¿Adónde iremos, cuando estamos tan bien aquí? No
queremos alejarnos de ti, porque tú irradias paz y felicidad, lo que nos eleva
el ánimo y nos da alegría de vivir. Maestro, dinos, ¿cuáles son los pecados
capitales contra la Madre Natura ,
que debemos evitar para mantenernos sanos?
Cristo
respondió: En verdad, vuestra fe me conmueve. Hágase conforme pedís. Acto
seguido se sentó entre ellos y les habló acerca de las virtudes que los hombres
deben practicar y los pecados que deben evitar para vivir felices, sin
enfermedades ni dolores, una larga vida aquí en la Tierra.