domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 25: La justicia infalible



Cristo da lecciones acerca de la creación del Cosmos, de los primeros padres, de las razas, de su color y de los grandes Mandamientos.

El Padre Celestial ha creado la Tierra, el Cielo, los Astros, los Soles, los Planetas y todo lo que es y existe. Cuando la Tierra estaba madura para recibir vida humana, Dios creó la primera pareja y la ubicó en un delicioso Edén, llamado Paraíso terrenal, donde los hijos, sin necesitar trabajar, se alimentaban de los exquisitos frutos de una exuberante arboleda.
Este Paraíso estaba ubicado cerca del Nilo. Corría a cargo de Mensajeros divinos, que apadrinaron a esta primera pareja. Para la eterna memoria erigieron en medio del Edén una enorme estatua que tenía el cuerpo de León (Reino Animal) y la cabeza de mujer (Reino Humano). Simboliza la ascensión del alma de un Reino inferior a un Reino superior, del Reino animal, al Reino humano. ¡Es el animal que se humaniza! Luego esta pareja se multiplicó y se dispersó sobre toda la faz de la Tierra.
El color de la piel de estos primeros pobladores de la Tierra era cobrizo, que es el blanco ligeramente tostado por el Sol. Pero este color se alteró en aquellos pueblos que emigraron a zonas frías, de hielos y nieves, y se tornó blanco, por constituir este color la mejor defensa contra el frío. En cambio, la piel de los pueblos que emigraron a las zonas calurosas de Sol abrasador, poco a poco se tostó tomando el color negro, que es el color que mejor defiende contra el quemante calor. Es que tanto el calor como el frío queman, formando el frío pigmento blanco (nieve) y el calor pigmento negro (carbón).
El Padre Celestial que ama tiernamente a sus hijos, cualquier color que tengan, les envió sabios guías, mensajeros, profetas, para que los instruyeran.
El primer gran Mandamiento que recibieron fue el siguiente: <Amarás al Señor, tu Dios, con todas las fuerzas, con todo tu corazón y con toda tu alma>.
El segundo gran Mandamiento que recibieron dice así: <Amarás al prójimo como a ti mismo>.
Con la palabra prójimo debe entenderse a todo ser viviente en la naturaleza, por ser una creación de Dios que debe ser respetada y protegida por el hombre. Aun a vuestro peor enemigo debéis amarlo, porque sólo el amor extingue el odio en el corazón que os odia, tornándolo en amor. Pero si lo seguís odiando, agrandaréis el odio en el corazón del prójimo para no extinguirse jamás, perjudicando gravemente a los dos.
Debéis amar a todos los hombres y pueblos, porque son hermanos, hijos de Dios y de los mismos padres, Adán y Eva, aunque el color de su piel sea diferente al color de vuestro cutis, sea cobrizo, negro, blanco o amarillo.
Repito, debéis amar a vuestros enemigos, considerándolos como los mejores amigos vuestros; debéis bendecir a los que os maldicen, hacer bien a los que os hacen mal, querer a los que os aborrecen, dar pan a los que os echan piedras, orar por los que os odian, ultrajan o persiguen, pues todo esto significa amar a Dios y al prójimo como a sí mismo.
Muy importante también es el siguiente Mandamiento: <Amarás a tu padre y a tu madre, para que vivas muchos años sanos y felices sobre la Tierra>.
Otro gran Mandamiento que recibieron dice así: <No matarás>. Es que la vida dada por el Altísimo ningún hombre tiene la autoridad de quitarla sino sólo Dios. El que quita la vida al prójimo, aunque fuese Rey, Juez o un enemigo, es un malhechor y un reo ante la Justicia inminente, la cual tarde o temprano le hará cancelar esta cuenta, anotada con letras indelebles en la eterna memoria del Libro de la vida.
El que quita la vida al prójimo en realidad la quita a sí mismo, pues una muerte semejante se prepara para sí mismo. Y si mata animales para comerse sus carnes, estas carnes se tornarán veneno en su cuerpo, envenenándolo, produciendo dolorosas enfermedades, una vida llena de achaques, angustias y una muerte tormentosa.
Por el dolor la angustia, el miedo y el terror que el hombre ocasiona a los animales en el momento de sacrificarlos, tarde o temprano tendrá que sufrir la misma semejante angustia, conforme a la eterna de la Ley de justicia y amor, expresada en la siguiente sentencia: <Con la misma vara que midas serás medido>.
La carne es un alimento abominable, un veneno en potencia que envenena hasta la última gota de vuestra sangre, ocasionándoos, tarde o temprano, dolorosas enfermedades y una angustiosa y prematura muerte. Porque el animal en los momentos de ser sacrificado, sufre un miedo mortal, tirita, brama, sobreviniéndole un terror tal que le produce un sudor frío, llamado sudor de la muerte, que es un poderoso veneno cadavérico, raíz y causa de las grandes enfermedades que acechan al hombre, porque trastorna todo funcionamiento fisiológico en sus entrañas. La consecuencia fatal es la alteración de las facultades psíquicas que a veces llegan hasta una demencia total. Luego se altera también el funcionamiento del corazón, estómago, los órganos digestivos, de la vista, del oído, olfato, etc. La nariz pierde todo su control olfativo sobre los alimentos, lo que podéis comprobar en un simple ensayo: si por ejemplo, el olor de algunos vegetales os repugna, es señal segura de que vuestro olfato es anormal, descompuesto, ya que la naturaleza jamás produce alimentos con olores repugnantes, sino siempre con aromas gratos, para que sean atrayentes al paladar. Es que el organismo olfativo perfectamente sano, en su pleno y normal funcionamiento, halla deliciosos los aromas de esos vegetales.
Además, las vibraciones bajas del animal, las emociones y sentimientos, propios de su especie, se transfieren al hombre al consumir sus carnes, contagiando su vida psíquica, rebajando sus sentimientos, sus emociones y sus gustos a la categoría de ese animal, portándose el hombre a veces peor que un animal en su fiereza y agresividad, pues no tiene escrúpulos en matar y aun en provocar una sangrienta matanza. La mayoría de los conflictos bélicos son provocados por tales hombres.
Entonces un discípulo preguntó: maestro, si prohíbes comer la carne como alimento, ¿qué comeremos?
Cristo respondió: El Padre Celestial ha dicho: Os doy toda clase de hierba que crece en el campo, todas las legumbres y verduras que producen vuestros huertos y también toda fruta de vuestras arboledas, para que os sirvan de alimentos; además, la leche de vuestros animales y todos sus subproductos y derivados.
Pero respetaréis la vida de esos animales, no los mataréis, ni comeréis sus carnes ni su sangre, pues, así no quebrantaréis la suprema ley de <No Matarás>.

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