Cristo da lecciones acerca de la
creación del Cosmos, de los primeros padres, de las razas, de su color y de los
grandes Mandamientos.
El Padre
Celestial ha creado la Tierra ,
el Cielo, los Astros, los Soles, los Planetas y todo lo que es y existe. Cuando
la Tierra
estaba madura para recibir vida humana, Dios creó la primera pareja y la ubicó
en un delicioso Edén, llamado Paraíso terrenal, donde los hijos, sin necesitar
trabajar, se alimentaban de los exquisitos frutos de una exuberante arboleda.
Este Paraíso
estaba ubicado cerca del Nilo. Corría a cargo de Mensajeros divinos, que
apadrinaron a esta primera pareja. Para la eterna memoria erigieron en medio
del Edén una enorme estatua que tenía el cuerpo de León (Reino Animal) y la
cabeza de mujer (Reino Humano). Simboliza la ascensión del alma de un Reino
inferior a un Reino superior, del Reino animal, al Reino humano. ¡Es el animal
que se humaniza! Luego esta pareja se multiplicó y se dispersó sobre toda la
faz de la Tierra.
El color de la
piel de estos primeros pobladores de la Tierra era cobrizo, que es el blanco ligeramente
tostado por el Sol. Pero este color se alteró en aquellos pueblos que emigraron
a zonas frías, de hielos y nieves, y se tornó blanco, por constituir este color
la mejor defensa contra el frío. En cambio, la piel de los pueblos que
emigraron a las zonas calurosas de Sol abrasador, poco a poco se tostó tomando
el color negro, que es el color que mejor defiende contra el quemante calor. Es
que tanto el calor como el frío queman, formando el frío pigmento blanco
(nieve) y el calor pigmento negro (carbón).
El Padre
Celestial que ama tiernamente a sus hijos, cualquier color que tengan, les envió
sabios guías, mensajeros, profetas, para que los instruyeran.
El primer gran
Mandamiento que recibieron fue el siguiente: <Amarás al Señor, tu Dios, con
todas las fuerzas, con todo tu corazón y con toda tu alma>.
El segundo
gran Mandamiento que recibieron dice así: <Amarás al prójimo como a ti
mismo>.
Con la palabra
prójimo debe entenderse a todo ser viviente en la naturaleza, por ser una
creación de Dios que debe ser respetada y protegida por el hombre. Aun a
vuestro peor enemigo debéis amarlo, porque sólo el amor extingue el odio en el
corazón que os odia, tornándolo en amor. Pero si lo seguís odiando, agrandaréis
el odio en el corazón del prójimo para no extinguirse jamás, perjudicando
gravemente a los dos.
Debéis amar a
todos los hombres y pueblos, porque son hermanos, hijos de Dios y de los mismos
padres, Adán y Eva, aunque el color de su piel sea diferente al color de
vuestro cutis, sea cobrizo, negro, blanco o amarillo.
Repito, debéis
amar a vuestros enemigos, considerándolos como los mejores amigos vuestros; debéis
bendecir a los que os maldicen, hacer bien a los que os hacen mal, querer a los
que os aborrecen, dar pan a los que os echan piedras, orar por los que os odian,
ultrajan o persiguen, pues todo esto significa amar a Dios y al prójimo como a
sí mismo.
Muy importante
también es el siguiente Mandamiento: <Amarás a tu padre y a tu madre, para
que vivas muchos años sanos y felices sobre la Tierra >.
Otro gran
Mandamiento que recibieron dice así: <No matarás>. Es que la vida dada
por el Altísimo ningún hombre tiene la autoridad de quitarla sino sólo Dios. El
que quita la vida al prójimo, aunque fuese Rey, Juez o un enemigo, es un
malhechor y un reo ante la
Justicia inminente, la cual tarde o temprano le hará cancelar
esta cuenta, anotada con letras indelebles en la eterna memoria del Libro de la
vida.
El que quita
la vida al prójimo en realidad la quita a sí mismo, pues una muerte semejante
se prepara para sí mismo. Y si mata animales para comerse sus carnes, estas
carnes se tornarán veneno en su cuerpo, envenenándolo, produciendo dolorosas
enfermedades, una vida llena de achaques, angustias y una muerte tormentosa.
Por el dolor
la angustia, el miedo y el terror que el hombre ocasiona a los animales en el
momento de sacrificarlos, tarde o temprano tendrá que sufrir la misma semejante
angustia, conforme a la eterna de la
Ley de justicia y amor, expresada en la siguiente sentencia:
<Con la misma vara que midas serás medido>.
La carne es un
alimento abominable, un veneno en potencia que envenena hasta la última gota de
vuestra sangre, ocasionándoos, tarde o temprano, dolorosas enfermedades y una
angustiosa y prematura muerte. Porque el animal en los momentos de ser
sacrificado, sufre un miedo mortal, tirita, brama, sobreviniéndole un terror
tal que le produce un sudor frío, llamado sudor de la muerte, que es un
poderoso veneno cadavérico, raíz y causa de las grandes enfermedades que
acechan al hombre, porque trastorna todo funcionamiento fisiológico en sus
entrañas. La consecuencia fatal es la alteración de las facultades psíquicas
que a veces llegan hasta una demencia total. Luego se altera también el
funcionamiento del corazón, estómago, los órganos digestivos, de la vista, del oído,
olfato, etc. La nariz pierde todo su control olfativo sobre los alimentos, lo
que podéis comprobar en un simple ensayo: si por ejemplo, el olor de algunos
vegetales os repugna, es señal segura de que vuestro olfato es anormal,
descompuesto, ya que la naturaleza jamás produce alimentos con olores
repugnantes, sino siempre con aromas gratos, para que sean atrayentes al
paladar. Es que el organismo olfativo perfectamente sano, en su pleno y normal
funcionamiento, halla deliciosos los aromas de esos vegetales.
Además, las
vibraciones bajas del animal, las emociones y sentimientos, propios de su
especie, se transfieren al hombre al consumir sus carnes, contagiando su vida
psíquica, rebajando sus sentimientos, sus emociones y sus gustos a la categoría
de ese animal, portándose el hombre a veces peor que un animal en su fiereza y
agresividad, pues no tiene escrúpulos en matar y aun en provocar una sangrienta
matanza. La mayoría de los conflictos bélicos son provocados por tales hombres.
Entonces un
discípulo preguntó: maestro, si prohíbes comer la carne como alimento, ¿qué
comeremos?
Cristo
respondió: El Padre Celestial ha dicho: Os doy toda clase de hierba que crece
en el campo, todas las legumbres y verduras que producen vuestros huertos y
también toda fruta de vuestras arboledas, para que os sirvan de alimentos; además,
la leche de vuestros animales y todos sus subproductos y derivados.
Pero
respetaréis la vida de esos animales, no los mataréis, ni comeréis sus carnes
ni su sangre, pues, así no quebrantaréis la suprema ley de <No Matarás>.