En la época
espiritual, que ya comienza, la pena de muerte será abolida y reemplazada por
la condena al a regeneración obligatoria del delincuente, ya que la pena de
muerte se opone a la Suprema
ley de <no matarás>, porque sólo Dios tiene derecho de quitar la vida. La
condena de muerte significa odio al prójimo y cruel venganza al aplicar el
odioso castigo de ojo por ojo y diente por diente.
La ley del
odio es ley caduca y es reemplazada por la ley del amor, ley máxima en todo
universo, porque es ella la que hace posible su existencia. Esta ley hace servir
sin mirar a quién, como aquel samaritano que se compadeció del herido tirado al
borde del camino. La ley del amor significa compasión, misericordia y perdón,
que al enfermo le produce salud, al caído lo levanta, al ignorante lo instruye,
educa y disciplina, enseñándole una profesión para que pueda ganarse
honradamente la vida con su propio trabajo.
La regeneración
obligatoria hace el prodigio de vaciar las cárceles, disminuir el número de
jueces y policías, y mermar la ignorancia de las bajas esferas sociales,
elevando su nivel cultural. Porque el criminal regenerado a fondo, generalmente
nace en su próxima reencarnación como un ciudadano honesto, decoroso, honrado y
trabajador, que trae consigo un inmenso caudal de conocimientos prácticos,
creadores de industrias, de artes y oficios. Es un factor de progreso general.
En cambio, por
cada criminal no regenerado y condenado muerte, renacerá un criminal más en la próxima
vida, que junto con tantos otros no regenerados, llenarán las cárceles, las
casas de juego y prostitución, los fumadores de opio, los manicomios, etc. Es
un factor de retroceso general.
De manera que
la equivocada justicia que condena a muerte aumenta artificialmente la
criminalidad del mundo, llenándolo de malos ciudadanos e incrementando hasta
los topes la población carcelaria, siendo una rémora para el progreso.
También el
juez que condenó a muerte recibirá una saludable lección. Porque con esa fatal
condena, encadenó férreamente su propia persona con la del condenado, que en su
próxima reencarnación nacerá como su hijo. Y el ex-juez deberá poner todo su
empeño en regenerarlo, educarlo e instruirlo, lo cual logrará finalmente,
después de ingentes sacrificios, convirtiéndole en un ciudadano útil, honrado y
bueno, que contribuirá al progreso social y económico de país. Esto le servirá
de lección al ex-juez, para que, si nuevamente llega a desempeñar la magistratura,
trate a todos los que deba juzgar, con la misma consideración como si fuesen
hijos suyos, condenándolos a la regeneración obligatoria y no a la pena de
muerte, porque sólo así no se encadena con el reo, ya que no lo atrasa si no
que favorece su evolución.