Vosotros que
aspiráis a ser médicos-sacerdotes deberéis ser valientes lidiadores que –sin
tregua ni reposo- combatan los vicios de los hombres y permanentemente
fustiguen sus malos hábitos, tal como os señalé en la lucha antialcohólica.
Ante todo
combatiréis los terribles vicios del opio, del tabaco, del juego de azar, de la
prostitución, etc., pues todos estos malos hábitos significan caídas del
hombres en su fatigoso trepar hacia las alturas de su perfeccionamiento, a cuyas
blancas cimas sólo pueden llegar los hombres totalmente depurados de sus
imperfecciones. Los peregrinos de este afanoso trepar hacia las luminosas
cumbres, suelen ser asaltados en el camino por malvados bandoleros, dejándolos
malheridos y tirados al borde del camino. Pero en este caso me refiero a
bandoleros, no de carne y hueso, sino a otros que suelen ser peores: me refiero
a los propios vicios que albergan en su alma, que a veces suelen dejarlos más
maltrechos que los verdaderos bandoleros. Corresponde a vosotros, como buenos
samaritanos socorrer a estos desamparados echados al borde del camino de la
vida. Curar sus heridas morales y físicas y prestarles vuestro fuerte brazo de
apoyo para conducirlos a la posada de su regeneración.
Donde hallaréis
un gran número de tales botados al margen de esta vida, es en las cárceles,
adonde debéis acudir para ayudar a la regeneración de estos enfermos morales.
Ante todo les inculcaréis la Suprema Verdad
de que no hay crimen perfecto ni puede haber un crimen sin castigo. Es
imprescindible que sepan que tienen un Ángel tutelar –que aunque invisible-
siempre los vigila, premia sus buenas obras y castiga las malas. Es urgente que
los reos sepan que en el mismo momento de planear sus fechorías, en es mismo
instante ya están descubiertos, porque su propio pensamiento les delata. Es que
este su pensamiento, en el mismo instante de ser engendrado en su cerebro,
automáticamente se graba e imprime en el archivo de la eterna memoria de la
naturaleza, donde su Ángel tutelar, al instante se informa de las torcidas
intenciones de su pupilo.
Como esta vida
es una escuela experimental en la que, echando a perder se aprende, el
invisible Ángel guía e instructor permite que su pupilo ponga en práctica sus
torcidas intenciones que, aunque sean perversas, le servirán de lección de
amarga experiencia y escarmiento, y le inducirán al arrepentimiento y
rectificación de su conducta. Entonces el Ángel tutelar le deja en libertad de
acción para que cometa su fechoría, pero al mismo tiempo dispone que la
justicia lo atrape y lo condene, recluyéndolo en un reformatorio. Varias de
tales amargas experiencias, que pueden repetirse en varias vidas, finalmente
regeneran al más recalcitrante criminal. De allí que todo reo debe ser recluido
en un reformatorio de forzada regeneración, donde se le instruye, educa y
disciplina y ante todo, se le enseña un oficio para que pueda ganarse
honradamente la vida, al salir en libertad. Es que el Padre Celestial ama
tiernamente a Sus hijos y más Se compadece de los caídos. No quiere su
destrucción y menos su muerte; quiere que vivan para que tengan la oportunidad
de regenerarse y educarse, haciéndose miembros útiles de la familia humana.