domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 38: Combatir el alcoholismo



El deber supremo de los sacerdotes-médicos es combatir el alcoholismo, sobre todo en sí mismos. Deben ser antialcohólicos a toda prueba. Su sagrada meta familiar jamás será desvirtuada por bebidas embriagantes –asesinas del espíritu-, pero sí santificada por la mejor bebida que es el agua pura. Los médicos-sacerdotes serán los propulsores de una intensa campaña antialcohólica que empezará desde la escuela, donde se inculcará a los niños que el enemigo número uno del hombre es el alcoholismo. Sin duda este niño al hacerse hombre llevará inoculada en su corazón la antipatía contra este terrible enemigo, y será antialcohólico.

Y hablando Jesús a sus discípulos, encabezados por Juan, les decía: Vosotros que aspiráis a ser sacerdotes-médicos, siempre debéis predicar con el elevado ejemplo de vuestra propia vida. Jamás deberéis tomar bebidas embriagantes.
El médico-sacerdote debe ser antialcohólico a toda prueba. En su mesa familiar jamás habrá ni una gota de bebida embriagante, pero sí agua cristalina y pura. En vuestras reuniones y ceremonias religiosas rechazaréis toda bebida embriagante que se os ofreciere. Siempre brillaréis con el más elevado ejemplo de vuestra vida, exhibiendo las más altas virtudes humanas.
Como es difícil enderezar un árbol viejo que crece torcido, así de difícil es también, enderezar a un alcohólico consuetudinario. Pero podéis evitar que los arbolitos crezcan torcidos, amarrándolos firmemente desde chicos con sólidos puntales. Es decir, podéis evitar que el hombre se alcoholice, si desde niño le servís de puntal, de buen consejero, predicándole con el elevado ejemplo de vuestra propia vida y aleccionándole acerca de los estragos que provoca esta satánica bebida en la familia humana, de manera que –cuando estos niños se hagan hombres- conservarán en sus corazones vuestras sabias enseñanzas y a su vez, las inculcarán a sus hijos y serán los más sólidos puntales de ellos.
Únicamente de esta manera podréis arranar de raíz este terrible vicio de las inveteradas costumbres del pueblo y así forjar una nueva raza, abstemia, sobria, sana, fuerte y feliz.

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