Cristo explica que en la mesa familiar
debe bendecirse el pan nuestro de cada día, comer sólo si hay hambre y que el
buen humor y la alegría deben prevalecer en la mesa familiar, para asegurar una
buena digestión; que deben evitarse los alimentos incompatibles entre sí, y
además, debe evitarse la glotonería, para no tener un abdomen abultado y un
exceso de peso.
A
continuación, Cristo prosiguió sus lecciones acerca del pan, haciendo énfasis
ahora, en la reverencia con que debe ser tratado en la mesa familiar.
Dijo: Nunca
comáis sin hambre. No os sentéis a la mesa antes de que os llame el Ángel del
hambre. La sensación de hambre la producen las células alimenticias cuando están
libres y listas para recibir una nueva ración de alimentos. El no tener
apetito, quiere decir que esas células aun están atareadas en digerir la comida
anterior. Si coméis en estas circunstancias provocaréis una indigestión, dolor
de estómago y diarrea.
A la mesa
familiar debéis sentaros siempre contentos, joviales y de buen humor. Desalojad
de vuestros pensamientos todas vuestras preocupaciones graves, pues esto
contagia y entristece a los demás familiares y el alimento ingerido en estas
circunstancias suele convertirse en veneno. Que de vuestra mente sólo surjan
hermosos pensamientos de belleza, perdón y amor, que –cual ramillete de
perfumadas flores- con que adornen la mesa familiar.
Repito, nunca debéis
sentaros a la mesa tristes, irritados o de mal humor, pues estas emociones satánicas
os descomponen la sangre y los jugos gástricos, envenenando vuestras entrañas,
lo cual puede ocasionaros la parálisis y hasta la muerte repentina. Tened pues
presente, que la mesa familiar es un altar, y el comedor un templo donde se
oficia la más sacrosanta de las ceremonias como es la de convertir el alimento
en salud, fuerza y vida. Por lo tanto, adornad vuestra mesa familiar como un
altar, con perfumadas flores del jardín y con bellos pensamientos que florezcan
en vuestro corazón. En una mesa tan gratamente dispuesta, el jefe del hogar
procederá con el ceremonial de bendecir el pan vuestro, para que nunca os falte
cada día.
Con las manos
limpias, tomaréis el pan levantándolo para que los congregados lo puedan
contemplar y adopten así una solemne disposición. Establecida una devota
quietud y calma, el jefe del hogar agradecerá al Señor el pan que, también ese
día, les fue concedido. Después suplicad al Señor para que este pan, una vez
ingerido, se transforme en una sangre pura y os conceda salud, paz alegría de vivir y también sabiduría para
obrar siempre bien, con rectitud, justicia, honradez, caridad y amor.
Para que el
Señor bendiga el pan y os acompañe en vuestra mesa familiar, debe prevalecer en
ella una perfecta armonía, mutuo perdón, la paz y el amor entre el grupo
familiar, pues las emociones puras de cada uno elevan la alegría y la felicidad
de todos, lo que agrada al Señor, cuyo espíritu estará entre vosotros. Porque
donde hay armonía, paz y amor, allí está Dios, dado que Dios es armonía, Dios
es paz, Dios es amor. Y donde está Dios están todos los Ángeles y entre ellos
el Ángel del gozo, que hinchará vuestros corazones con júbilo, placer,
felicidad y una intensa dicha de vivir.
Y Jesús siguió
con sus lecciones, ahora acerca de la cantidad que se debe comer. Él dijo:
Aunque en la mesa hayan muchos manjares, comed tan sólo unos pocos y únicamente
la porción precisa e indispensable para satisfacer vuestra hambre. Es una
preciosa costumbre el no comer nunca en exceso, pues el vicio de la gula, además
de haceros mal, quebranta los Mandamientos del Señor. Es preferible para vuestra
salud que seáis moderados siempre, sin comer mucho ni poco, guardando un
perfecto equilibrio. Además, no debéis comer muchas mezclas de muchos y
variados manjares. Debéis serviros tan sólo unos pocos manjares durante la
misma comida, porque los manjares variados y distintos, por lo general, no se
toleran entre sí, ni se asocian. Al contrario, se repelen, se rechazan, haciéndose
la guerra entre sí, provocando indigestiones y dolores de estómago. La causa de
este fenómeno radica en el hecho de que cada alimento requiere un tiempo
determinado y diferente para ser digerido, absorbido, asimilado e incorporado a
la economía del organismo humano. Algunos alimentos ya digeridos tienden a
trasladarse enseguida, del estómago al intestino, arrastrando consigo en este
trayecto, a los alimentos aun no digeridos. Esto provoca fermentación y
putrefacción intestinal, gases fétidos y putrefacción intestinal, gases fétidos,
úlceras, almorranas, estreñimiento y una evacuación tardía y maloliente.
Una sabia
lección sacamos de todo este desorden, es decir, que aún los alimentos más
sanos puede provocar indigestión al comerlos juntos con otros que requieren un
tiempo distinto para ser digeridos. Para evitar este mal, comed hasta hartaros únicamente
una sola clase de frutas de la misma especie, o a lo sumo, dos o tres clases
distintas ya probadas que se toleran entre sí, porque en ocasiones anteriores
no os provocaron malestar alguno.
En verdad os
digo, si mezcláis muchos alimentos juntos en la misma comida hasta hartaros, es
muy probable que el conjunto de estos manjares os caiga mal, pues la
intolerancia e incompatibilidad de los unos con los otros (de estos alimentos
antagónicos), los hará descomponer a todos, dentro de vuestras entrañas.
Así pues, no
seáis glotones que comen por vicio, como aquel criado que, invitado a la mesa
del señor, en su insaciable glotonería, engulló sus propios guisos y los de los
demás, quedando tan repleto, que luego lo vomitó todo. Este desatino disgustó
tanto al señor, que lo echó de la mesa de su casa para no invitarlo más.
Así pues, no
devoréis precipitadamente vuestra comida. Comed lenta y pausadamente, pues así
evitaréis la excesiva gordura, con un abdomen abultado, pues tal estado es
anormal y antinatural, signo de enfermedad causada por una excesiva glotonería,
lo que se llama comer por vicio, o vivir para comer y no comer para vivir.
No comáis como
los paganos que se hartan apresuradamente, intoxicando y manchando sus cuerpos
con toda clase de abominaciones. Además, al comer lenta y pausadamente manjares
selectos y adecuados para vuestro bienestar, necesitáis mucho menos cantidad,
porque el cuerpo aprovecha en toda su integridad los alimentos bien triturados,
bien insalivados y lentamente masticados.
En cambio los
alimentos apresuradamente engullidos, el cuerpo aprovecha a veces menos de la
mitad y el resto inaprovechado, es eliminado con los excrementos malolientes.
Triturad pues,
con vuestra dentadura, lenta y pausadamente cada bocado, insalivando y
masticando prolijamente, hasta que quede perfectamente licuado, para que el Ángel
del agua lo convierta en sangre, una sangre pura, sana, vibrante de energía,
salud y fuerza vital.
Otro factor
que contribuye a la buena digestión y asimilación, es la respiración profunda,
ya que el aire es el principal alimento del hombre. Podéis vivir muchos días
sin comer, pero en pocos minutos os moriríais si os faltara el aire. Por lo
tanto, debéis tomar como buena costumbre de respirar siempre hondamente, pues
el Ángel del aire que es tan indispensable para digerir vuestro alimento, como
lo es para quemar la leña en una estufa.
Al faltaros el
aire, la digestión se hace dificultosa, aprovechándose tan solo -repito-, una
pequeña parte de la comida y el resto se pierde en los excrementos, quedando
dentro del organismo abundantes residuos que lo ensucian y abultan, produciendo
una falsa gordura. Tened presente que la falsa gordura la arrastráis permanentemente
con vosotros, como un pesado fardo, del cual sólo os podréis librar mediante un
severo régimen alimenticio, a base de ayunos, vegetales y frutas, es decir, una
comida vegetariana.
Está
comprobado que la excesiva gordura significa una traba en el desempeño de
numerosos trabajos y oficios, en los ejercicios y deportes. Esto pone en manifiesta
inferioridad al gordo con respecto al flaco.
La belleza del
cuerpo humano no la constituye la gordura, sino una estatura ligeramente llena
de carnes. Es en la gordura mínima donde radica la fuerza máxima del hombre;
rinde más en el trabajo, no se cansa en grandes caminatas ni en trepar altas
montañas, ni se fatiga en prolongados esfuerzos mentales e intelectuales.
Vosotros, mis amados discípulos, podéis hacer mucho bien a las personas obesas,
aconsejándoles el ayuno y la alimentación vegetariana y ayudándolos a realizar
y poner en práctica este régimen, que es el único que puede quitarles la
gordura excesiva y concederles una gallarda silueta y estatura normal.