domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 34: Debe bendecirse el pan nuestro de cada día



Cristo explica que en la mesa familiar debe bendecirse el pan nuestro de cada día, comer sólo si hay hambre y que el buen humor y la alegría deben prevalecer en la mesa familiar, para asegurar una buena digestión; que deben evitarse los alimentos incompatibles entre sí, y además, debe evitarse la glotonería, para no tener un abdomen abultado y un exceso de peso.

A continuación, Cristo prosiguió sus lecciones acerca del pan, haciendo énfasis ahora, en la reverencia con que debe ser tratado en la mesa familiar.
Dijo: Nunca comáis sin hambre. No os sentéis a la mesa antes de que os llame el Ángel del hambre. La sensación de hambre la producen las células alimenticias cuando están libres y listas para recibir una nueva ración de alimentos. El no tener apetito, quiere decir que esas células aun están atareadas en digerir la comida anterior. Si coméis en estas circunstancias provocaréis una indigestión, dolor de estómago y diarrea.
A la mesa familiar debéis sentaros siempre contentos, joviales y de buen humor. Desalojad de vuestros pensamientos todas vuestras preocupaciones graves, pues esto contagia y entristece a los demás familiares y el alimento ingerido en estas circunstancias suele convertirse en veneno. Que de vuestra mente sólo surjan hermosos pensamientos de belleza, perdón y amor, que –cual ramillete de perfumadas flores- con que adornen la mesa familiar.
Repito, nunca debéis sentaros a la mesa tristes, irritados o de mal humor, pues estas emociones satánicas os descomponen la sangre y los jugos gástricos, envenenando vuestras entrañas, lo cual puede ocasionaros la parálisis y hasta la muerte repentina. Tened pues presente, que la mesa familiar es un altar, y el comedor un templo donde se oficia la más sacrosanta de las ceremonias como es la de convertir el alimento en salud, fuerza y vida. Por lo tanto, adornad vuestra mesa familiar como un altar, con perfumadas flores del jardín y con bellos pensamientos que florezcan en vuestro corazón. En una mesa tan gratamente dispuesta, el jefe del hogar procederá con el ceremonial de bendecir el pan vuestro, para que nunca os falte cada día.
Con las manos limpias, tomaréis el pan levantándolo para que los congregados lo puedan contemplar y adopten así una solemne disposición. Establecida una devota quietud y calma, el jefe del hogar agradecerá al Señor el pan que, también ese día, les fue concedido. Después suplicad al Señor para que este pan, una vez ingerido, se transforme en una sangre pura y os conceda salud, paz  alegría de vivir y también sabiduría para obrar siempre bien, con rectitud, justicia, honradez, caridad y amor.
Para que el Señor bendiga el pan y os acompañe en vuestra mesa familiar, debe prevalecer en ella una perfecta armonía, mutuo perdón, la paz y el amor entre el grupo familiar, pues las emociones puras de cada uno elevan la alegría y la felicidad de todos, lo que agrada al Señor, cuyo espíritu estará entre vosotros. Porque donde hay armonía, paz y amor, allí está Dios, dado que Dios es armonía, Dios es paz, Dios es amor. Y donde está Dios están todos los Ángeles y entre ellos el Ángel del gozo, que hinchará vuestros corazones con júbilo, placer, felicidad y una intensa dicha de vivir.
Y Jesús siguió con sus lecciones, ahora acerca de la cantidad que se debe comer. Él dijo: Aunque en la mesa hayan muchos manjares, comed tan sólo unos pocos y únicamente la porción precisa e indispensable para satisfacer vuestra hambre. Es una preciosa costumbre el no comer nunca en exceso, pues el vicio de la gula, además de haceros mal, quebranta los Mandamientos del Señor. Es preferible para vuestra salud que seáis moderados siempre, sin comer mucho ni poco, guardando un perfecto equilibrio. Además, no debéis comer muchas mezclas de muchos y variados manjares. Debéis serviros tan sólo unos pocos manjares durante la misma comida, porque los manjares variados y distintos, por lo general, no se toleran entre sí, ni se asocian. Al contrario, se repelen, se rechazan, haciéndose la guerra entre sí, provocando indigestiones y dolores de estómago. La causa de este fenómeno radica en el hecho de que cada alimento requiere un tiempo determinado y diferente para ser digerido, absorbido, asimilado e incorporado a la economía del organismo humano. Algunos alimentos ya digeridos tienden a trasladarse enseguida, del estómago al intestino, arrastrando consigo en este trayecto, a los alimentos aun no digeridos. Esto provoca fermentación y putrefacción intestinal, gases fétidos y putrefacción intestinal, gases fétidos, úlceras, almorranas, estreñimiento y una evacuación tardía y maloliente.
Una sabia lección sacamos de todo este desorden, es decir, que aún los alimentos más sanos puede provocar indigestión al comerlos juntos con otros que requieren un tiempo distinto para ser digeridos. Para evitar este mal, comed hasta hartaros únicamente una sola clase de frutas de la misma especie, o a lo sumo, dos o tres clases distintas ya probadas que se toleran entre sí, porque en ocasiones anteriores no os provocaron malestar alguno.
En verdad os digo, si mezcláis muchos alimentos juntos en la misma comida hasta hartaros, es muy probable que el conjunto de estos manjares os caiga mal, pues la intolerancia e incompatibilidad de los unos con los otros (de estos alimentos antagónicos), los hará descomponer a todos, dentro de vuestras entrañas.
Así pues, no seáis glotones que comen por vicio, como aquel criado que, invitado a la mesa del señor, en su insaciable glotonería, engulló sus propios guisos y los de los demás, quedando tan repleto, que luego lo vomitó todo. Este desatino disgustó tanto al señor, que lo echó de la mesa de su casa para no invitarlo más.
Así pues, no devoréis precipitadamente vuestra comida. Comed lenta y pausadamente, pues así evitaréis la excesiva gordura, con un abdomen abultado, pues tal estado es anormal y antinatural, signo de enfermedad causada por una excesiva glotonería, lo que se llama comer por vicio, o vivir para comer y no comer para vivir.
No comáis como los paganos que se hartan apresuradamente, intoxicando y manchando sus cuerpos con toda clase de abominaciones. Además, al comer lenta y pausadamente manjares selectos y adecuados para vuestro bienestar, necesitáis mucho menos cantidad, porque el cuerpo aprovecha en toda su integridad los alimentos bien triturados, bien insalivados y lentamente masticados.
En cambio los alimentos apresuradamente engullidos, el cuerpo aprovecha a veces menos de la mitad y el resto inaprovechado, es eliminado con los excrementos malolientes.
Triturad pues, con vuestra dentadura, lenta y pausadamente cada bocado, insalivando y masticando prolijamente, hasta que quede perfectamente licuado, para que el Ángel del agua lo convierta en sangre, una sangre pura, sana, vibrante de energía, salud y fuerza vital.
Otro factor que contribuye a la buena digestión y asimilación, es la respiración profunda, ya que el aire es el principal alimento del hombre. Podéis vivir muchos días sin comer, pero en pocos minutos os moriríais si os faltara el aire. Por lo tanto, debéis tomar como buena costumbre de respirar siempre hondamente, pues el Ángel del aire que es tan indispensable para digerir vuestro alimento, como lo es para quemar la leña en una estufa.
Al faltaros el aire, la digestión se hace dificultosa, aprovechándose tan solo -repito-, una pequeña parte de la comida y el resto se pierde en los excrementos, quedando dentro del organismo abundantes residuos que lo ensucian y abultan, produciendo una falsa gordura. Tened presente que la falsa gordura la arrastráis permanentemente con vosotros, como un pesado fardo, del cual sólo os podréis librar mediante un severo régimen alimenticio, a base de ayunos, vegetales y frutas, es decir, una comida vegetariana.
Está comprobado que la excesiva gordura significa una traba en el desempeño de numerosos trabajos y oficios, en los ejercicios y deportes. Esto pone en manifiesta inferioridad al gordo con respecto al flaco.
La belleza del cuerpo humano no la constituye la gordura, sino una estatura ligeramente llena de carnes. Es en la gordura mínima donde radica la fuerza máxima del hombre; rinde más en el trabajo, no se cansa en grandes caminatas ni en trepar altas montañas, ni se fatiga en prolongados esfuerzos mentales e intelectuales. Vosotros, mis amados discípulos, podéis hacer mucho bien a las personas obesas, aconsejándoles el ayuno y la alimentación vegetariana y ayudándolos a realizar y poner en práctica este régimen, que es el único que puede quitarles la gordura excesiva y concederles una gallarda silueta y estatura normal.

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