domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 30: En qué se conoce a un verdadero profeta



Juan pregunta al Divino Maestro en qué se conoce a un verdadero profeta.

Todos quedaron atónitos ante tan sabia contestación que dio el Divino Maestro. Se hizo un gran silencio que Juan aprovechó para hacerle una pregunta a Jesús.
Maestro, según tus sabias enseñanzas, a un verdadero y auténtico Mensajero Divino se le conoce no sólo por las sabias enseñanzas que divulga, sino también por lo que come y bebe; si come carne y es bebedor de bebidas embriagantes y se dice mensajero, según mi modo de ver es un farsante, un hipócrita, un impostor, como Simón el Mago. Maestro, ¿es correcta esta interpretación?
Cristo respondió: Bien has interpretado mis enseñanzas. Ya el Sagrado Texto confirma esta verdad. Cuando Jehová designó a Daniel y a sus compañeros como Mensajeros ante el Rey Nabucodonosor, les inspiró en su corazón, que no aceptasen la suculenta comida ni los manjares exquisitamente sazonados a base de excitantes condimentos de carnes ni tampoco las embriagantes bebidas de la generosa despensa del Rey, sino tan sólo comieren una frugal comida a base de legumbres y frutas como único alimento y el agua pura como única bebida.
Ellos cumplieron estrictamente con esta Divina inspiración, y de esta manera no contaminaron sus organismos, manteniéndolos suficientemente puros, vigorosos y sensibles para no perder la conciencia superior, y así poder captar los mensajes del más allá. De esta manera ellos conservaron sus dones espirituales y la conexión con el Altísimo, convirtiéndose en los sabios más prominentes de la época, en mensajeros Divinos y  profetas que asombraron a todos los sabios de su tiempo.
Estos Mensajeros Divinos conservaron sus organismos físicos y espirituales tan inmaculadamente limpios, puros y agudos, que percibían clara y nítidamente los Mensajes del Altísimo y los interpretaban correctamente. Esta facultad de que ellos gozaban no solamente se debía al hecho de ser vegetarianos puros, sino a que comían los vegetales crudos, tal como la Madre Naturaleza los adereza, sin desvirtuarlos con la cocción.
Como ya sabéis, Daniel y sus compañeros fueron elegidos como Mensajeros Divinos por haber obedecido estrictamente los Mandamientos del Altísimo, pues únicamente la práctica de las grandes virtudes humanas, es decir, llevar una vida sobria de recto vivir, sana y pura, dedicada al asiduo trabajo y al empuje del progreso espiritual y moral, concede los méritos para poder optar por tan alto galardón de ser ungido mensajero y confidente del Altísimo.
Como este camino del supremo sacrificio es extremadamente engorroso, largo y fastidioso, para alcanzar tan elevada meta, por dondequiera surgen falsos profetas y mensajeros fingiendo ser confidentes del Altísimo, valiéndose para demostrarlo las malas artes de la magia negra. Para esto evocan espíritus de ultratumba, con cuyo auxilio provocan golpes, lamentos, mueven muebles y otros objetos, a fin de atraer incautos e impresionarlos para que crean que realmente poseen poderes ocultos. Sin embargo, sólo los espíritus inferiores, las almas-niño, algunos espíritus de la naturaleza de la categoría humana, se prestan a esta farsa, pero jamás los espíritus respetables y justos. Por el hecho de tener estos espíritus cuerpos etéreos sumamente sutiles, son incapaces de efectuar manifestaciones de cualquier especie en este mundo material. Para poder hacerlo se valen de los cuerpos de los asistentes a estas reuniones, succionándoles sigilosamente y sin que las víctimas se den cuanta de ello, un inmenso caudal de su fluido vital, que es la savia vital que da fuerza y energía al hombre. Con el auxilio de esta energía los invisibles espíritus efectúan dichas manifestaciones espirituales.
Así como el árbol se marchita, se seca y muere al quitársele la savia, así también el hombre se muere al extraerle su fluido vital. De ahí que es muy peligroso asistir a tales sesiones espiritistas, porque con la pérdida de su fluido vital, los asistentes quedan tan extenuados como si hubieran efectuado un pesadísimo trabajo o hecho un enorme esfuerzo escalando una empinada montaña. Si persisten asistiendo a tan peligrosas sesiones, pueden perder toda su savia vital, tornándose dementes, paralíticos, idiotas o locos. Y aun otros peligros no menos graves acechan a los incautos amigos del espiritismo. Los traviesos espíritus les siguen a sus respectivos hogares, tornándolos tenebrosos y hasta inhabitables. Allí se regocijan con los objetos más valiosos y apreciados, juegan con ellos, destrozándolos y gozando más mientras más daño hacen. Hay casos en que estos espíritus se introducen en los cuerpos de los animales domésticos –gatos, perros, cabras, etc.- haciéndolos andar en dos patas, delanteras o traseras, como si fuesen personas, molestando a los humanos. Aun pueden invadir vuestros propios cuerpos sin que vosotros lo podáis impedir, haciéndoos efectuar actos deshonestos y repugnantes contra vuestra propia voluntad.
Sin embargo, hay maneras de echarlos. Estos espíritus son sumamente tímidos, como los niños. Se asustan, especialmente de las armas blancas, cortantes y punzantes, como los cuchillos, puñales, lanzas, pero ante todo de la espada, el espadín, el sable, etc. Basta esgrimir un sable, haciendo con él unas enérgicas pasadas por el aire como atacando a un enemigo invisible, vociferando: <Afuera, espíritus malignos>, para que ellos huyan despavoridos de esa casa. Pero si los espíritus ya están demasiado arraigados en ese hogar, cuesta mucho más para echarlos. En tales casos hay que recurrir al poder máximo que manda a todos los espíritus, para obtener resultados seguros. Ese poder máximo es Dios. Todos los moradores de ese hogar invadido por espíritus malignos, deben ayunar unos días, haciendo oraciones continuas, y con mucha fe pedir auxilio del Padre Celestial y, si persisten en esta política, el Espíritu máximo los hará huir.
Dios ha puesto puertas infranqueables entre éste y el otro mundo y estas puertas no deben ser forzadas por los indignos, los humanos no maduros. Pues, ellas solas se abren a los dignos que poseen las llaves del cielo, llaves que un día todos tendréis, y tanto más pronto cuanto más os empeñéis en efectuar buenas obras en esta vida y os comportéis tal como os enseñé.
Volviendo Cristo a hablar acerca del alimento crudo, dijo: Es que en los vegetales crudos se hallan las más delicadas esencias de la naturaleza que vienen del Sol, del aire y del agua y que son tan sutiles y sensibles que se destruyen y volatizan al hervirlos, privando así a los humanos del indispensable alimento mental y espiritual, contenido tan sólo en los vegetales crudos que precisamente es lo que establece la conexión con el más allá. Es que los alimentos cocidos alimentan tan sólo el cuerpo físico, en cambio los crudos alimentan a ese cuerpo y, ante todo, al cuerpo espiritual, al cerebro, la mente donde radica la inteligencia, la sabiduría y las grandes ideas que traen el progreso.

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