Juan pregunta al Divino Maestro en qué se conoce a un verdadero
profeta.
Todos quedaron
atónitos ante tan sabia contestación que dio el Divino Maestro. Se hizo un gran
silencio que Juan aprovechó para hacerle una pregunta a Jesús.
Maestro, según
tus sabias enseñanzas, a un verdadero y auténtico Mensajero Divino se le conoce
no sólo por las sabias enseñanzas que divulga, sino también por lo que come y
bebe; si come carne y es bebedor de bebidas embriagantes y se dice mensajero,
según mi modo de ver es un farsante, un hipócrita, un impostor, como Simón el
Mago. Maestro, ¿es correcta esta interpretación?
Cristo
respondió: Bien has interpretado mis enseñanzas. Ya el Sagrado Texto confirma
esta verdad. Cuando Jehová designó a Daniel y a sus compañeros como Mensajeros
ante el Rey Nabucodonosor, les inspiró en su corazón, que no aceptasen la
suculenta comida ni los manjares exquisitamente sazonados a base de excitantes
condimentos de carnes ni tampoco las embriagantes bebidas de la generosa
despensa del Rey, sino tan sólo comieren una frugal comida a base de legumbres
y frutas como único alimento y el agua pura como única bebida.
Ellos
cumplieron estrictamente con esta Divina inspiración, y de esta manera no
contaminaron sus organismos, manteniéndolos suficientemente puros, vigorosos y
sensibles para no perder la conciencia superior, y así poder captar los
mensajes del más allá. De esta manera ellos conservaron sus dones espirituales
y la conexión con el Altísimo, convirtiéndose en los sabios más prominentes de
la época, en mensajeros Divinos y
profetas que asombraron a todos los sabios de su tiempo.
Estos
Mensajeros Divinos conservaron sus organismos físicos y espirituales tan
inmaculadamente limpios, puros y agudos, que percibían clara y nítidamente los
Mensajes del Altísimo y los interpretaban correctamente. Esta facultad de que
ellos gozaban no solamente se debía al hecho de ser vegetarianos puros, sino a
que comían los vegetales crudos, tal como la Madre Naturaleza los adereza,
sin desvirtuarlos con la cocción.
Como ya sabéis,
Daniel y sus compañeros fueron elegidos como Mensajeros Divinos por haber
obedecido estrictamente los Mandamientos del Altísimo, pues únicamente la práctica
de las grandes virtudes humanas, es decir, llevar una vida sobria de recto
vivir, sana y pura, dedicada al asiduo trabajo y al empuje del progreso
espiritual y moral, concede los méritos para poder optar por tan alto galardón
de ser ungido mensajero y confidente del Altísimo.
Como este
camino del supremo sacrificio es extremadamente engorroso, largo y fastidioso,
para alcanzar tan elevada meta, por dondequiera surgen falsos profetas y
mensajeros fingiendo ser confidentes del Altísimo, valiéndose para demostrarlo
las malas artes de la magia negra. Para esto evocan espíritus de ultratumba,
con cuyo auxilio provocan golpes, lamentos, mueven muebles y otros objetos, a
fin de atraer incautos e impresionarlos para que crean que realmente poseen
poderes ocultos. Sin embargo, sólo los espíritus inferiores, las almas-niño,
algunos espíritus de la naturaleza de la categoría humana, se prestan a esta
farsa, pero jamás los espíritus respetables y justos. Por el hecho de tener
estos espíritus cuerpos etéreos sumamente sutiles, son incapaces de efectuar
manifestaciones de cualquier especie en este mundo material. Para poder hacerlo
se valen de los cuerpos de los asistentes a estas reuniones, succionándoles
sigilosamente y sin que las víctimas se den cuanta de ello, un inmenso caudal
de su fluido vital, que es la savia vital que da fuerza y energía al hombre.
Con el auxilio de esta energía los invisibles espíritus efectúan dichas
manifestaciones espirituales.
Así como el
árbol se marchita, se seca y muere al quitársele la savia, así también el
hombre se muere al extraerle su fluido vital. De ahí que es muy peligroso
asistir a tales sesiones espiritistas, porque con la pérdida de su fluido
vital, los asistentes quedan tan extenuados como si hubieran efectuado un pesadísimo
trabajo o hecho un enorme esfuerzo escalando una empinada montaña. Si persisten
asistiendo a tan peligrosas sesiones, pueden perder toda su savia vital, tornándose
dementes, paralíticos, idiotas o locos. Y aun otros peligros no menos graves
acechan a los incautos amigos del espiritismo. Los traviesos espíritus les
siguen a sus respectivos hogares, tornándolos tenebrosos y hasta inhabitables.
Allí se regocijan con los objetos más valiosos y apreciados, juegan con ellos,
destrozándolos y gozando más mientras más daño hacen. Hay casos en que estos
espíritus se introducen en los cuerpos de los animales domésticos –gatos,
perros, cabras, etc.- haciéndolos andar en dos patas, delanteras o traseras,
como si fuesen personas, molestando a los humanos. Aun pueden invadir vuestros propios
cuerpos sin que vosotros lo podáis impedir, haciéndoos efectuar actos
deshonestos y repugnantes contra vuestra propia voluntad.
Sin embargo,
hay maneras de echarlos. Estos espíritus son sumamente tímidos, como los niños.
Se asustan, especialmente de las armas blancas, cortantes y punzantes, como los
cuchillos, puñales, lanzas, pero ante todo de la espada, el espadín, el sable,
etc. Basta esgrimir un sable, haciendo con él unas enérgicas pasadas por el
aire como atacando a un enemigo invisible, vociferando: <Afuera, espíritus
malignos>, para que ellos huyan despavoridos de esa casa. Pero si los espíritus
ya están demasiado arraigados en ese hogar, cuesta mucho más para echarlos. En
tales casos hay que recurrir al poder máximo que manda a todos los espíritus,
para obtener resultados seguros. Ese poder máximo es Dios. Todos los moradores
de ese hogar invadido por espíritus malignos, deben ayunar unos días, haciendo
oraciones continuas, y con mucha fe pedir auxilio del Padre Celestial y, si
persisten en esta política, el Espíritu máximo los hará huir.
Dios ha puesto
puertas infranqueables entre éste y el otro mundo y estas puertas no deben ser
forzadas por los indignos, los humanos no maduros. Pues, ellas solas se abren a
los dignos que poseen las llaves del cielo, llaves que un día todos tendréis, y
tanto más pronto cuanto más os empeñéis en efectuar buenas obras en esta vida y
os comportéis tal como os enseñé.
Volviendo
Cristo a hablar acerca del alimento crudo, dijo: Es que en los vegetales crudos
se hallan las más delicadas esencias de la naturaleza que vienen del Sol, del aire
y del agua y que son tan sutiles y sensibles que se destruyen y volatizan al
hervirlos, privando así a los humanos del indispensable alimento mental y
espiritual, contenido tan sólo en los vegetales crudos que precisamente es lo
que establece la conexión con el más allá. Es que los alimentos cocidos
alimentan tan sólo el cuerpo físico, en cambio los crudos alimentan a ese
cuerpo y, ante todo, al cuerpo espiritual, al cerebro, la mente donde radica la
inteligencia, la sabiduría y las grandes ideas que traen el progreso.