domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 29: El Mundo Espiritual, el verdadero y permanente hogar del hombre hecho ángel



Cristo da a conocer la trascendental noticia de que con el siglo veinte, termina el ciclo materialista de la vida y con esto, también termina el descenso del espíritu dentro de la densa materia, comenzando el gran regreso hacia arriba, es decir, comienza la rueda cíclica del ascenso hacia los luminosos mundos sutiles del cielo, que es el maravilloso Mundo Espiritual, el verdadero y permanente hogar del hombre hecho ángel.

Cristo respondió: El Padre Celestial me ha enviado para daros la buena nueva de que el Reino de los Cielos se ha acercado. Para que seáis admitidos en este magnífico Reino, debéis lavar vuestras túnicas, para que sean inmaculadamente limpias cual nieve fresca o lirios en flor. En otras palabras, debéis mejorar vuestra conducta y orientarla dentro de los Mandamientos del Señor. Debéis hacer buenas obras y arrepentiros de vuestros errores, pues sólo así seréis admitidos en el Reino de los Cielos.
En verdad os digo, la rueda cíclica de la evolución humana, ya marcó el punto más bajo en su descenso a las profundidades de la materia y ahora empieza el feliz retorno hacia las alturas, hacia el Paraíso celestial, la casa paterna del espíritu. Para esta ascensión precisa aligerar los organismos humanos, librándolos de su ahora inútil lastre. Lastre que fue necesario para facilitar el descenso, pero ahora, para el ascenso, precisa sacarlo para volver la barca más ligera. Es decir, precisa desmaterializar y desdensificar los organismos humanos, y este procedimiento se hace al revés de lo que se hizo antes para materializarlos y densificarlos.
Si antes fue necesario y conveniente el comer las carnes y beber vino, ahora, en este ciclo de vida es inconveniente y perjudicial hacerlo, porque este lastre precisa sacarlo para aligerar la barca humana, para quitarle peso, para su más fácil ascensión. Así, desdensificando y sutilizando los hombres sus cuerpos, quedan aptos para realizar el ciclo siguiente de la vida, el ciclo espiritual, fijado para la presente oleada evolutiva humana. Repito, ahora precisa despojar y librar el espíritu de la espesa materia, de la pesada envoltura física, es decir, desmaterializarla, desdensificarla, a fin de alivianarla, sutilizarla, porque sólo de esta manera se puede elevar y remontar a las alturas espirituales y regresa a la casa paterna de la que ha salido para adquirir conocimientos y experiencia en las profundidades de la vida.
Desdensificar la capa del espíritu significa, en primer lugar, no comer la carne ni sus subproductos. En resumen, no debéis matar ningún ser viviente para comeros los despojos de sus cadáveres. Como ya os manifesté, debéis alimentaros de vegetales y frutas. Tampoco debéis beber bebidas embriagantes. El jugo de uva no fermentado es una excelente bebida natural que fortalece y no embriaga como el jugo fermentado que se torna en embriagante alcohol. Pero la mejor de las bebidas es el agua pura, porque esta bebida natural jamás podrá ser superada por ninguna bebida artificial hecha por el hombre. De esta manera iréis utilizando vuestro organismo y paralelamente vuestro espíritu irá despertando de su milenario sueño, en que, para vuestra propia conveniencia, os ha sumido el Padre Celestial.
Con esta alimentación depuradora, exclusivamente vegetariana, empezaréis a tener vislumbres ocasionales del más allá, de este maravilloso mundo en el que el Padre Celestial recibe y agasaja a Sus hijos que, cargados de experiencia, conocimientos y sabiduría retornan a la casa paterna.
Entonces dirigiéndose Jesús especialmente al discípulo que pedía una aclaración del por qué Cristo prohibía comer carne, lo que Moisés permitía, y cuál de las Leyes, la de Jesús o la de Moisés, venía de Dios, dijo: Después de la extensa explicación que os di acerca de este punto, habréis comprendido que las dos Leyes vienen de Dios, tanto la de Moisés como la mía, sólo que están destinadas para dos distintas épocas, o sea, una Ley para el descenso a la materia (la de Moisés) y otra Ley para el ascenso de la materia (la mía).

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