Cristo sigue explicando el por qué en
tiempo de Moisés se permitía comer la carne, lo cual ahora está prohibido.
Jesús continuó
diciendo que en estas diez veces diez Mandamientos, también el Mandamiento
<no matarás> había sido atenuado en sus severas disposiciones. Este
Mandamiento, aunque prohibía la matanza a todo ser viviente, sin embargo, en
este caso excepcional y de emergencia, por hallarse el pueblo en su incipiente
grado evolutivo se le permitía transitoriamente matar animales, pero no a
hombres.
Entonces un
discípulo preguntó: Maestro, ¿hay aparte de esta razón que me diste para no
matar animales, otra razón que permita desobedecer la Ley de <no matarás>?
Cristo
respondió: Efectivamente, existe esta otra razón, que enseguida os explicaré.
La vida se rige por ciclos y etapas. Por un ciclo de vida se entiende por
ejemplo, la infancia de un niño que vive feliz en el hogar paterno y que sin
necesidad de trabajar, halla comida, abrigo, juegos, afectos. Pero, al crecer,
termina el ciclo de la infancia y empieza el ciclo siguiente, el ciclo de la
adolescencia. Entonces, tiene que abandonar el dichoso hogar paterno, para ir a
trabajar afuera a ganarse el pan por sí mismo, con el sudor de la frente. Algo
semejante como sucede en la vida de los niños, sucede también en la de los
pueblos-niños. Así los primeros habitantes de la Tierra vivían felices su
infancia en el Paraíso terrenal y sin necesidad de trabajar, hallaron la mesa
siempre puesta. Pero cuando llegaron a su adolescencia evolutiva, tenían que,
en cumplimiento de la Ley
de ciclos, abandonar el Edén, para ir a poblar y cultivar la tierra, que Dios
había aparejado para este objeto y ganarse el pan cotidiano, con el sudor de la
frente.
Pero el
recuerdo de su Divino origen, que era tan dulce y grato, y que permitía
familiarizar y platicar con el Padre Celestial, como los hijos carnales
platican con su padre carnal, este recuerdo lo tenían tan arraigado, que no lo
podían olvidar. Además, el otro recuerdo de su estadía dichosa y feliz era que,
sin la necesidad de trabajar, siempre tenían la mesa puesta, lista para comer.
Estos dos tan graves recuerdos se les hacían inolvidables y les producía una
nostalgia tal, que, sollozando, pedían al Padre Celestial que los hiciera
regresar al Paraíso en el que tan feliz infancia habían vivido.
Pero, como por
el otro lado, estos siempre rememorados recuerdos les hacían imposible
concentrarse en sus faenas terrestres y menos hacer frente a la dura lucha por
la subsistencia y el cultivo de la tierra, el Padre Celestial, en Su
omnisciente sabiduría, les hizo olvidar estos recuerdos perturbadores, sumiendo
a toda la humanidad en profundo sueño, que les hizo olvidar su Divino origen y
su glorioso pasado.
Para esto fue
preciso sepultar el espíritu Divino en una envoltura material humana más
compacta, más densa. Esto se consigue densificando, aun más, el organismo
humano mediante una apropiada alimentación. Y la alimentación densificadora del
cuerpo humano la constituye por excelencia, la carne y las bebidas
embriagantes. De esta manera el Espíritu Divino fue sepultado en una envoltura
humana tan densa, que no pudo manifestarse en su conciencia superior, sino tan
sólo en la inferior, que es la materialista. Los fuertes narcotizantes, como
son el vino y la carne, forman, pues, una bruma tan espesa alrededor del espíritu,
que no dejan pasar ni un rayo del Sol espiritual, para vivificar el espíritu
sepultado.
Esto tuvo por
consecuencia que la eterna personalidad divina del hombre se tornara, poco a
poco, una transitoria personalidad humana, una entidad puramente terrenal. De
esta manera el hombre perdió la visión integral de la vida y hasta los
vislumbres del más allá, de ese magnífico mundo celestial, que ha de habitar
después de su muerte física.
Sin el freno
del Yo Superior y sin la luz espiritual, su mentalidad era ahora,
exclusivamente terrenal, subhumana, con todas sus fallas del ser inferior, con
sus odios, egoísmos, rencores, guerras, orgullos, vanidades, vicios y malos hábitos,
que son las características de la personalidad humana, profundamente sepultada
en la materia. Con la mayor densificación de la envoltura que sepultó al espíritu
dentro de la espesa materia, el Altísimo consiguió, plenamente, Sus objetivos,
pues la humanidad había olvidado su divino origen y ya no sufría nostalgia, ni
lloraba para regresar al Paraíso terrenal. Ahora, aun negaba la existencia del
tal Paraíso y lo aceptaba tan sólo como una hermosa fábula. Por el otro lado,
el pueblo ahora se encontraba plenamente ocupado en las faenas terrenales, en
el cultivo de la tierra, el fomento de la ganadería, la pesca, etc.
Al dejar de
hablar Jesús, uno de los discípulos le preguntó: Maestro, ¿qué esperanzas hay
para el próximo futuro de la humanidad?