Cristo contesta la pregunta del por
qué él prohíbe comer carne lo cual Moisés permitía.
Otro de los
presentes dijo: Maestro, me asalta una duda acerca de la alimentación a base de
carne, porque Moisés, el mayor de Israel, permitía a nuestros padres comer la
carne de los animales limpios y sólo prohibió comer la carne de los animales
inmundos. Maestro, te suplico me saques de la duda acerca de la alimentación
carnívora. Tú prohíbes comer la carde de toda bestia y Moisés lo permite. Dime,
¿cuál Ley viene de Dios, la tuya, o la de Moisés?
Jesús respondió:
El Padre Celestial, por intermedio de Moisés, dictó diez Mandamientos para la
obediencia de vuestros padres. Fueron leyes severas, sabias, inmutables,
concebidas para pueblos de avanzada madurez evolutiva.
Pero el pueblo
de Israel aun no estaba maduro para comprender –y menos obedecer- estos
Mandamientos. Entonces Moisés dijo al Altísimo Señor: Mi corazón está lleno de
angustia, porque mi pueblo es como los niños pequeños, de cerebro infantil,
incapaz de comprender Tus diez Mandamientos, ni en su letra y menos en su espíritu.
Por lo tanto, permíteme, Señor, que le aclare estos diez Mandamientos, con
explicaciones que estén al alcance de su capacidad mental para comprenderlos y
atenuarlos, para que los pueda entender, practicar y cumplir, y cuando haya
progresado a mayor nivel evolutivo y mayor comprensión y madurez, entonces
entenderá y obedecerá los diez Mandamientos de tu Ley, en toda su integridad,
en su letra y espíritu.
Por esto,
Moisés rompió las tablas de piedra en que estaban escritos estos diez
Mandamientos y por cada ley dictó diez explicaciones aclaratorias más
fácilmente comprensibles y más fáciles de realizar en el diario vivir por estas
mentes infantiles y obtusas. O sea, dio diez veces diez Mandamientos. Porque
mientras más alejado está un pueblo de Dios, tanto mayor número de Leyes
necesita, es decir, mayor número de peldaños para llegar a Dios.
Al revés,
mientras más cerca está de Dios, menos Leyes necesita, o sea, menos número de
gradas para llegar hasta el Altísimo, para finalmente no necesitar ninguna Ley,
ninguna grada, cuando ya haya escalado hasta Dios.
Todos
escuchaban asombrados sus sabias lecciones y, al callar Jesús, le suplicaron:
Maestro, continúa, estamos ansiosos de conocer los misterios de la vida que nos
estás revelando.