domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 21: Las enfermedades son pecados del alma y no del cuerpo



Es un grave error de veracidad el hacer creer al pueblo que una medicina puede sanar una enfermedad. Las enfermedades son pecados del alma y no del cuerpo, que es materia inconsciente, incapaz de pecar. También la medicina es inconsciente materia que obra tan sólo dentro de la materia y no tiene acceso a los mundos sutiles del alma, que es raíz, causa y origen de toda enfermedad. ¿Puede, acaso, limpiarse de este lado una mancha de un vidrio, si esta mancha está ubicada en el otro lado del vidrio? Es este el imposible que los empíricos tratan de realizar, al querer curar una enfermedad de este lado, el lado material, estando la causa ubicada en el otro lado, el lado moral y espiritual. Por esto, la Madre Natura, sólo otorga salud al mérito, a la virtud, que actúan en el otro lado, el lado moral y espiritual y no concede salud por efectos de una droga, que sólo obra en el lado material.

En verdad os digo, nadie puede gozar de buena salud, ni recuperarla, si la había perdido, si no se somete a las Leyes Naturales. Sin embargo, hay hijos desorientados que, vanamente, buscan la salud por caminos equivocados de la drogas, despreciando las generosas fuentes naturales de donde la salud brota a raudales. Es que estos hijos están cegados por la deslumbrante propaganda de los curanderos, que, aprovechándose de la ignorancia del pueblo, explotan en provecho propio esa ignorancia y la enfermedad, como el más lucrativo de los negocios milagrosos e infalibles para sanar enfermedades, lo que, aunque sea falso, es creído por la gran masa del pueblo.
Por lo tanto, una vez más os prevengo: Nadie puede sanar con una medicina, porque esto significa anular las sabias leyes del Creador, que sólo otorga salud al mérito, pero jamás a una droga. El pueblo adquiere méritos ante Dios, obedeciendo Sus Mandamientos.
Entonces, uno de los oyentes que se sentía aludido porque era curandero, interpeló a Jesús diciendo: Maestro, has dicho que los remedios jamás curan enfermedades. Sin embargo, yo dispongo de medicinas que no sólo hacen desaparecer las úlceras y llagas de la piel, sino que también quitan los dolores de cabeza, de muelas, reumatismos, etc. Maestro, tened a bien de esclarecer esta incongruencia entre lo que tú sostienes y yo afirmo.
Jesús replicó: Ya os dije que todo organismo vivo tiene en su interior un sapientísimo médico, que constituye la más poderosa defensa natural del organismo humano. Esta defensa la compone un inmenso número de células, cuya misión es mantener sano y limpio el interior de vuestro cuerpo. Estas células son organismos vivos, inteligentes, completos, dotados de rápida movilidad y agilidad, siendo tan pequeñas que no las alcanzamos a ver a simple vista. Sin embargo, podemos admirar su maravillosa obra cuando nos zurcen una herida y la cicatrizan con tanta perfección que iguala a la piel sana. Hay numerosas clases de células, pero las que aquí nos interesan son las células curativas, aseadoras y mensajeras. Estas últimas nos avisan cuando ocurre un accidente en el interior de nuestro cuerpo. Este aviso nos llega a nuestra conciencia por medio del dolor que sentimos en la parte afectada.
Si por ejemplo, una comida os cayó mal, sentiréis en el estómago un agudo dolor. Si en ese instante pudierais asomaros con vuestra penetrante mirada al interior de vuestro estómago, veríais allí las células defensivas en una febril actividad. Así veríais cómo las células mensajeras, mediante una finísima red de nervios, avisan a la central de vuestro cerebro, la existencia del mal. El cerebro, a su vez, da la alarma que se manifiesta en un agudo dolor del estómago en el punto amagado. De esta manera estáis conscientes del mal que sufrís y podéis ayudar a una pronta mejoría, dejando de comer unos días. Es decir, aunaréis rigurosamente, hasta que la indigestión sea curada. Durante el ayuno, naturalmente, no comeréis absolutamente nada. Tomaréis sólo agua pura, para lavar y refrescar adentro. Asimismo, veréis cómo las células defensivas se esfuerzan en curar, zurcir, cicatrizar y mejorar la infección, haciendo una obra perfecta. Al quedar reparado el daño, desaparecerá el dolor, lo que os servirá como señal de que podéis comer de nuevo.
Al permanecer con vuestra penetrante mirada observando la maravillosa obra del Creador, veréis cómo las células aseadoras, se esmeran en limpiar prolijamente el interior, transportando hacia fuera todas las substancias extrañas, echándolas encima de la piel, en la cual habían abierto puertas de escape, consistentes en úlceras, erupciones, apostemas, granos, etc.
En estos momentos críticos es cuando tales enfermos deben ser sabiamente aconsejados, preferiblemente por sacerdotes-médicos que han estudiado a fondo el proceso curativo natural, aquí someramente mencionado y que –de acuerdo con el Mandamiento- atienden por caridad, por amor al prójimo, pero jamás por dinero. Sólo en estas condiciones el mismo Padre Celestial acude a curar a vuestros pacientes, lo que se manifestará en éxitos asombrosos.
Al ser los pacientes sabiamente aleccionados, se evitará que caigan en manos de inescrupulosos curanderos que abusivamente explotan la ignorancia, la enfermedad y el dolor del pueblo para hacerse inmensamente ricos.
Pero a falta de tales médicos-sacerdotes, los enfermos suelen caer en manos de tales Magos Curanderos inescrupulosos que, por buena paga, les proporcionan sus mixturas que, al momento, suelen adormecer al Médico interno, con lo cual se calma el dolor y desaparecen las manifestaciones de la enfermedad, incluso las erupciones de la piel.
Entonces tales pacientes se sienten felices ante tan maravillosa curación, creyendo que, realmente, habían sanado. No se cansan de cantar glorias a tan portentosa medicina y al mago que la proporcionó.
Pero poco durará la felicidad del paciente, porque luego, la enfermedad volverá con caracteres mucho más malignos. Es que la medicina había suprimido tan sólo los efectos del mal, pero empeoró el mal mismo. Ha interrumpido un maravilloso proceso curativo natural del Médico interno, agravando la causa del mal. La autocuración espontánea del organismo fue interrumpida, tornándose en una enfermedad crónica, maligna, muy difícil de curar. De esta verdad os convenceréis, al asomaros con vuestra penetrante mirada, de nuevo al interior de vuestro estómago y observar atentamente, la parte afectada. Entonces experimentaréis la más grande de las sorpresas, porque allí, donde momentos antes habíais visto un enjambre de células en diligentísima actividad curativa y depurativa, veréis ahora montones de cadáveres de células muertas, aniquiladas, algunas aun con vida, aletargadas, arrastrándose pesadamente. ¿Qué es lo que ha pasado? Fue la funesta droga, esa mixtura del curandero, que envenenó las células defensivas (al médico interno), ya que todos estos remedios, unos más, otros menos, tienen por lo general como base, el aniquilamiento de las defensas naturales. El primer efecto de este aniquilamiento de las defensas naturales, se hace notorio entre las células mensajeras, que dejan de transmitir alarmas, o sea de causar dolor lo que es muy grave porque entonces el paciente, al no sufrir dolor se cree totalmente sano y come de todo, arruinando su estómago, que crea úlceras sangrantes las cuales degeneran más tarde en cáncer, causándole una repentina muerte.
Las células curativas, ese sapientísimo médico interno, no han podido evitar este desastre, ya que también ellas yacen heridas y muchas totalmente aniquiladas. Lo mismo pasa con las células aseadoras que, por el mismo motivo, quedaron imposibilitadas para desempeñar su función de limpieza. Al interrumpirse el aseo y al no aparecer las células aseadoras en las puertas de escape de la superficie de la piel, con su acostumbrada carga de basuritas, las células porteras creen que habían terminado el proceso aseador en el interior del cuerpo y proceden a cerrar las puertas de escape, o sea las erupciones cutáneas, los granos, úlceras, apostemas, etc., cicatrizando la piel en una sana, lisa y lozana. Es que las células porteras, tan distantes de la corriente sanguínea, reciben de último el impacto de la venenosa droga asesina, de manera que pueden actuar hasta el último momento, aunque con dificultad.
Si ahora nos asomáramos de nuevo al interior de este cuerpo envenenado por las drogas, quedaríamos espantados ante el horrible cuadro de cadáveres de células muertas, en putrefacta y maloliente descomposición.
Luego la sangre se encarga de esparcir estas inmundicias por todo el organismo, envenenando los órganos más nobles, que empiezan a fallar. La pulsación se altera, la presión interna sube, provocando desvanecimientos, ceguera, sordera, dificultad en el respirar y andar, lo que generalmente termina con un colapso cardíaco, una parálisis parcial o total y una muerte prematura. Tal es, pues, el efecto de las drogas, los calmantes y medicinas en general, que por unos instantes alivian, para matar después.
Y dirigiéndose el Divino Maestro al curandero, le dijo: Tal es la respuesta al enigma que me has planteado para que lo dilucidara, para que te convenzas de que la medicina que tanto pregonas es tan tóxica que no cura, sino envenena. No trae salud sino una enfermedad más grave, porque conviene una benigna autocuración, en una dolencia maligna, como la tuberculosis, reumatismo crónico, diabetes, cáncer y hasta la lepra. En verdad os digo: los efectos curativos de algunas medicinas son en realidad tan prodigiosos, que con razón deslumbran y fascinan a aquellos investigadores que desconocen la curación natural de las enfermedades. Los que la conocen saben perfectamente que se trata de pura ilusión, que acepta las apariencias como realidades. Los naturistas expertos saben que, según las leyes biológicas, ninguna medicina es capaz de sacar de raíz una enfermedad. Lo que realmente hace la medicina es transmutar y transformar una enfermedad leve en otra más grave; un mal benigno, en otro maligno; una enfermedad fácil de curar, en otra incurable.
Respecto a la inmunización, en verdad os digo que no existe ninguna medicina de efectos inmunizantes que libre vuestros cuerpos de futuros contagios con enfermedades infecciosas. El único inmunizante real y efectivo es la sangre inmaculadamente pura. Otro inmunizante no hay ni se hallará jamás, porque el inmunizar es antinatural, debido a que se opone a los principios fundamentales de la biología. Ninguna droga inmuniza sino tan sólo –repito- cambia un mal benigno por otro maligno, porque sólo adormece y encona, suprimiendo por algún tiempo las defensas naturales, lo que entonces, da la impresión de que existe inmunización, cuando en realidad sólo existe una paralización de las autodefensas.

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