Es un grave error de veracidad el hacer creer al pueblo que una medicina puede sanar una enfermedad. Las enfermedades son pecados del alma y no del cuerpo, que es materia inconsciente, incapaz de pecar. También la medicina es inconsciente materia que obra tan sólo dentro de la materia y no tiene acceso a los mundos sutiles del alma, que es raíz, causa y origen de toda enfermedad. ¿Puede, acaso, limpiarse de este lado una mancha de un vidrio, si esta mancha está ubicada en el otro lado del vidrio? Es este el imposible que los empíricos tratan de realizar, al querer curar una enfermedad de este lado, el lado material, estando la causa ubicada en el otro lado, el lado moral y espiritual. Por esto,
En verdad os
digo, nadie puede gozar de buena salud, ni recuperarla, si la había perdido, si
no se somete a las Leyes Naturales. Sin embargo, hay hijos desorientados que,
vanamente, buscan la salud por caminos equivocados de la drogas, despreciando
las generosas fuentes naturales de donde la salud brota a raudales. Es que
estos hijos están cegados por la deslumbrante propaganda de los curanderos,
que, aprovechándose de la ignorancia del pueblo, explotan en provecho propio
esa ignorancia y la enfermedad, como el más lucrativo de los negocios
milagrosos e infalibles para sanar enfermedades, lo que, aunque sea falso, es
creído por la gran masa del pueblo.
Por lo tanto,
una vez más os prevengo: Nadie puede sanar con una medicina, porque esto
significa anular las sabias leyes del Creador, que sólo otorga salud al mérito,
pero jamás a una droga. El pueblo adquiere méritos ante Dios, obedeciendo Sus
Mandamientos.
Entonces, uno
de los oyentes que se sentía aludido porque era curandero, interpeló a Jesús
diciendo: Maestro, has dicho que los remedios jamás curan enfermedades. Sin
embargo, yo dispongo de medicinas que no sólo hacen desaparecer las úlceras y
llagas de la piel, sino que también quitan los dolores de cabeza, de muelas,
reumatismos, etc. Maestro, tened a bien de esclarecer esta incongruencia entre
lo que tú sostienes y yo afirmo.
Jesús replicó:
Ya os dije que todo organismo vivo tiene en su interior un sapientísimo médico,
que constituye la más poderosa defensa natural del organismo humano. Esta
defensa la compone un inmenso número de células, cuya misión es mantener sano y
limpio el interior de vuestro cuerpo. Estas células son organismos vivos,
inteligentes, completos, dotados de rápida movilidad y agilidad, siendo tan
pequeñas que no las alcanzamos a ver a simple vista. Sin embargo, podemos
admirar su maravillosa obra cuando nos zurcen una herida y la cicatrizan con
tanta perfección que iguala a la piel sana. Hay numerosas clases de células,
pero las que aquí nos interesan son las células curativas, aseadoras y
mensajeras. Estas últimas nos avisan cuando ocurre un accidente en el interior
de nuestro cuerpo. Este aviso nos llega a nuestra conciencia por medio del
dolor que sentimos en la parte afectada.
Si por
ejemplo, una comida os cayó mal, sentiréis en el estómago un agudo dolor. Si en
ese instante pudierais asomaros con vuestra penetrante mirada al interior de
vuestro estómago, veríais allí las células defensivas en una febril actividad.
Así veríais cómo las células mensajeras, mediante una finísima red de nervios,
avisan a la central de vuestro cerebro, la existencia del mal. El cerebro, a su
vez, da la alarma que se manifiesta en un agudo dolor del estómago en el punto
amagado. De esta manera estáis conscientes del mal que sufrís y podéis ayudar a
una pronta mejoría, dejando de comer unos días. Es decir, aunaréis
rigurosamente, hasta que la indigestión sea curada. Durante el ayuno, naturalmente,
no comeréis absolutamente nada. Tomaréis sólo agua pura, para lavar y refrescar
adentro. Asimismo, veréis cómo las células defensivas se esfuerzan en curar,
zurcir, cicatrizar y mejorar la infección, haciendo una obra perfecta. Al
quedar reparado el daño, desaparecerá el dolor, lo que os servirá como señal de
que podéis comer de nuevo.
Al permanecer
con vuestra penetrante mirada observando la maravillosa obra del Creador, veréis
cómo las células aseadoras, se esmeran en limpiar prolijamente el interior,
transportando hacia fuera todas las substancias extrañas, echándolas encima de
la piel, en la cual habían abierto puertas de escape, consistentes en úlceras,
erupciones, apostemas, granos, etc.
En estos
momentos críticos es cuando tales enfermos deben ser sabiamente aconsejados,
preferiblemente por sacerdotes-médicos que han estudiado a fondo el proceso
curativo natural, aquí someramente mencionado y que –de acuerdo con el
Mandamiento- atienden por caridad, por amor al prójimo, pero jamás por dinero.
Sólo en estas condiciones el mismo Padre Celestial acude a curar a vuestros
pacientes, lo que se manifestará en éxitos asombrosos.
Al ser los
pacientes sabiamente aleccionados, se evitará que caigan en manos de
inescrupulosos curanderos que abusivamente explotan la ignorancia, la
enfermedad y el dolor del pueblo para hacerse inmensamente ricos.
Pero a falta
de tales médicos-sacerdotes, los enfermos suelen caer en manos de tales Magos
Curanderos inescrupulosos que, por buena paga, les proporcionan sus mixturas
que, al momento, suelen adormecer al Médico interno, con lo cual se calma el
dolor y desaparecen las manifestaciones de la enfermedad, incluso las
erupciones de la piel.
Entonces tales
pacientes se sienten felices ante tan maravillosa curación, creyendo que,
realmente, habían sanado. No se cansan de cantar glorias a tan portentosa
medicina y al mago que la proporcionó.
Pero poco
durará la felicidad del paciente, porque luego, la enfermedad volverá con
caracteres mucho más malignos. Es que la medicina había suprimido tan sólo los
efectos del mal, pero empeoró el mal mismo. Ha interrumpido un maravilloso
proceso curativo natural del Médico interno, agravando la causa del mal. La
autocuración espontánea del organismo fue interrumpida, tornándose en una
enfermedad crónica, maligna, muy difícil de curar. De esta verdad os
convenceréis, al asomaros con vuestra penetrante mirada, de nuevo al interior
de vuestro estómago y observar atentamente, la parte afectada. Entonces
experimentaréis la más grande de las sorpresas, porque allí, donde momentos
antes habíais visto un enjambre de células en diligentísima actividad curativa
y depurativa, veréis ahora montones de cadáveres de células muertas,
aniquiladas, algunas aun con vida, aletargadas, arrastrándose pesadamente. ¿Qué
es lo que ha pasado? Fue la funesta droga, esa mixtura del curandero, que
envenenó las células defensivas (al médico interno), ya que todos estos
remedios, unos más, otros menos, tienen por lo general como base, el aniquilamiento
de las defensas naturales. El primer efecto de este aniquilamiento de las
defensas naturales, se hace notorio entre las células mensajeras, que dejan de
transmitir alarmas, o sea de causar dolor lo que es muy grave porque entonces
el paciente, al no sufrir dolor se cree totalmente sano y come de todo,
arruinando su estómago, que crea úlceras sangrantes las cuales degeneran más
tarde en cáncer, causándole una repentina muerte.
Las células
curativas, ese sapientísimo médico interno, no han podido evitar este desastre,
ya que también ellas yacen heridas y muchas totalmente aniquiladas. Lo mismo
pasa con las células aseadoras que, por el mismo motivo, quedaron
imposibilitadas para desempeñar su función de limpieza. Al interrumpirse el
aseo y al no aparecer las células aseadoras en las puertas de escape de la
superficie de la piel, con su acostumbrada carga de basuritas, las células porteras
creen que habían terminado el proceso aseador en el interior del cuerpo y
proceden a cerrar las puertas de escape, o sea las erupciones cutáneas, los
granos, úlceras, apostemas, etc., cicatrizando la piel en una sana, lisa y
lozana. Es que las células porteras, tan distantes de la corriente sanguínea,
reciben de último el impacto de la venenosa droga asesina, de manera que pueden
actuar hasta el último momento, aunque con dificultad.
Si ahora nos
asomáramos de nuevo al interior de este cuerpo envenenado por las drogas, quedaríamos
espantados ante el horrible cuadro de cadáveres de células muertas, en
putrefacta y maloliente descomposición.
Luego la
sangre se encarga de esparcir estas inmundicias por todo el organismo,
envenenando los órganos más nobles, que empiezan a fallar. La pulsación se
altera, la presión interna sube, provocando desvanecimientos, ceguera, sordera,
dificultad en el respirar y andar, lo que generalmente termina con un colapso
cardíaco, una parálisis parcial o total y una muerte prematura. Tal es, pues,
el efecto de las drogas, los calmantes y medicinas en general, que por unos
instantes alivian, para matar después.
Y dirigiéndose
el Divino Maestro al curandero, le dijo: Tal es la respuesta al enigma que me
has planteado para que lo dilucidara, para que te convenzas de que la medicina
que tanto pregonas es tan tóxica que no cura, sino envenena. No trae salud sino
una enfermedad más grave, porque conviene una benigna autocuración, en una
dolencia maligna, como la tuberculosis, reumatismo crónico, diabetes, cáncer y
hasta la lepra. En verdad os digo: los efectos curativos de algunas medicinas
son en realidad tan prodigiosos, que con razón deslumbran y fascinan a aquellos
investigadores que desconocen la curación natural de las enfermedades. Los que
la conocen saben perfectamente que se trata de pura ilusión, que acepta las
apariencias como realidades. Los naturistas expertos saben que, según las leyes
biológicas, ninguna medicina es capaz de sacar de raíz una enfermedad. Lo que
realmente hace la medicina es transmutar y transformar una enfermedad leve en
otra más grave; un mal benigno, en otro maligno; una enfermedad fácil de curar,
en otra incurable.
Respecto a la
inmunización, en verdad os digo que no existe ninguna medicina de efectos
inmunizantes que libre vuestros cuerpos de futuros contagios con enfermedades
infecciosas. El único inmunizante real y efectivo es la sangre inmaculadamente
pura. Otro inmunizante no hay ni se hallará jamás, porque el inmunizar es
antinatural, debido a que se opone a los principios fundamentales de la
biología. Ninguna droga inmuniza sino tan sólo –repito- cambia un mal benigno
por otro maligno, porque sólo adormece y encona, suprimiendo por algún tiempo
las defensas naturales, lo que entonces, da la impresión de que existe
inmunización, cuando en realidad sólo existe una paralización de las
autodefensas.