domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 19: Maestro, ten piedad de nosotros, sánanos de nuestros achaques



Los maravillosos efectos de los baños de barro, que siendo un prodigioso compuesto de tierra, agua y energía solar, los prepara la diligente Madre Natura para aliviar a sus hijos de los males que les suelen aquejar

En seguida, Jesús, extendiendo sus brazos bendijo la inmensa concurrencia que le rodeaba, diciendo: la paz sea con vosotros. Luego dirigió sus pasos hacia un grupo de inválidos que, echados en el suelo, apenas se arrastraban.
Clamaban: Maestro, Maestro, ten piedad de nosotros, sánanos de nuestros achaques. Dinos, ¿qué debemos hacer para sanar de nuestros achaques e inmensos dolores?
Le mostraron sus pies hinchados y doloridos, algunos con los huesos salidos de las coyunturas; otros tenían la piel enteramente con úlceras y erupciones y otros con manchas rojas, manifestaciones externar de impurezas internas, que se exteriorizan con erupciones cutáneas.
Cristo, lleno de compasión, les inspiró ánimo diciendo: De cierto os digo, vuestros achaques serán sanados si perseveráis en el ayuno durante más de los siete días, dada la gravedad de vuestros males que os han sido impuestos por vuestras graves faltas.
No os desaniméis, tened plena fe. Para curar vuestros males invocaré auxilio de otro Ángel, el poderoso Ángel Tierra.
Acto seguido les mostró un pantano, al borde del río, compuesto de barro y lodo semiespeso.
Les dijo: Sumergid vuestros cuerpos desnudos en ese barro, dejando sólo la cabeza afuera y esperad pacientes y confiados la acción curativa del prodigioso Ángel Tierra, que obra como barro, en conjunto con el Ángel agua y el poderoso Ángel Sol que entibia el barro y lo carga de sus energía solares.
Los enfermos así lo hicieron. Luego, algunos manifestaron la satisfacción y agrado que sentían al verse envueltos por este suave y tibio elemento, que casi al instante se manifestó por el gran bienestar que sentían al quitarles sus ardores de estómago y sus abrasadoras fiebres internas.
Así, ayunando y orando, permanecieron los días enteros en este tibio y agradable baño medicinal, escuchando devotamente las consoladoras pláticas del Divino Maestro, que para ellos fueron el más nutritivo de los alimentos, el alimento espiritual. Luego, a grandes voces decían algunos: Maestro, ya se me quitó todo dolor que me atormentaba tantos años. Otros llenos de júbilo manifestaban que sus hinchazones se les estaban bajando, y otros, que ya se les deshinchaban totalmente y que no sentían los agudos dolores de antes.
Luego, otros a grandes voces exclamaban que al deshinchárseles los pies, los huesos salidos habían buscado sus centros y pos sí penetraron en las coyunturas, pudiendo ahora andar. Para demostrarlo, jubilosos salieron del barro y cojeando y algo débiles se dirigían al Maestro.
Y finalmente, otros que tenían la piel cubierta de úlceras y erupciones, sentían desde el primer día una notable mejoría, cicatrizando rápidamente las llagas, para después de unos días, aparecer la piel sana, lisa y lozana, lo que manifestaban a grandes voces al salir del baño de barro.
Y el Maestro mandó a todos los que estaban saliendo del barro, que se dieran una ducha debajo de un chorro de agua cristalina que caía de las alturas de una vertiente, formando lluvia torrencial. Bastaba un breve instante para quedar completamente limpios del barro, presentándose ante el Maestro con sus cuerpos limpios y su piel sana y lozana, perfectamente cicatrizada.
Después de observar atentamente el estado de cada paciente, les mandó que se secaran sus cuerpos húmedos en las tibias arenas de la playa, revolcándose en ellas. Esto lo hacían los pacientes con sumo agrado, permaneciendo largos ratos en este agradable baño de arena, entibiado por el ardiente Sol. Y, cuando estaban enteramente secos, se presentaban jubilosos de nuevo ante el Divino Maestro, para darle las gracias.
Y con sincera emoción de agradecimiento, se echaban a sus pies para besarlos en reconocimiento de tan milagrosa curación. Y todos los concurrentes que por millares habían acudido de los alrededores, desde los más humildes hasta los más encumbrados, jefes y gobernantes, fariseos, escribas y sacerdotes, todos ellos, algunos con envidia y otros con satisfacción, pudieron informarse de las milagrosas curaciones hechas por el Maestro.
Como último en salir del barro fue un joven cuyos hermanos lo habían traído arrastrando ya que estaba sin conocimiento y su piel era negra como carbón, diciendo a sus hermanos que una serpiente muy venenosa lo había picado. Por indicación de Jesús, los hermanos lo introdujeron en el barro y allí lo cuidaban todo el tiempo hasta que despertara del desmayo y manifestara que se sentía perfectamente sano. Luego, al salir del barro y tomarse la ducha de aseo, todos veían asombrados como la piel negra había tomado color rosado, de aspecto sano.
Después de haberse secado en la tibia arena, se presentó sano y salvo ante el Divino Maestro y echándose a sus pies, lloraba de felicidad y también sus hermanos. Jesús, visiblemente emocionado, dijo: No me deis gracias a mí, sino a mi Padre, que me ha enviado para curaros de vuestros males. Ahora, volved a vuestro pueblo y en todas partes proclamad las bondades de los divinos Ángeles del Sol, aire, agua, Ayuno, Oración, Tierra, Barro, etc.

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