En seguida,
Jesús, extendiendo sus brazos bendijo la inmensa concurrencia que le rodeaba,
diciendo: la paz sea con vosotros. Luego dirigió sus pasos hacia un grupo de
inválidos que, echados en el suelo, apenas se arrastraban.
Clamaban:
Maestro, Maestro, ten piedad de nosotros, sánanos de nuestros achaques. Dinos,
¿qué debemos hacer para sanar de nuestros achaques e inmensos dolores?
Le mostraron
sus pies hinchados y doloridos, algunos con los huesos salidos de las
coyunturas; otros tenían la piel enteramente con úlceras y erupciones y otros
con manchas rojas, manifestaciones externar de impurezas internas, que se
exteriorizan con erupciones cutáneas.
Cristo, lleno
de compasión, les inspiró ánimo diciendo: De cierto os digo, vuestros achaques
serán sanados si perseveráis en el ayuno durante más de los siete días, dada la
gravedad de vuestros males que os han sido impuestos por vuestras graves
faltas.
No os desaniméis,
tened plena fe. Para curar vuestros males invocaré auxilio de otro Ángel, el
poderoso Ángel Tierra.
Acto seguido
les mostró un pantano, al borde del río, compuesto de barro y lodo semiespeso.
Les dijo:
Sumergid vuestros cuerpos desnudos en ese barro, dejando sólo la cabeza afuera
y esperad pacientes y confiados la acción curativa del prodigioso Ángel Tierra,
que obra como barro, en conjunto con el Ángel agua y el poderoso Ángel Sol que
entibia el barro y lo carga de sus energía solares.
Los enfermos
así lo hicieron. Luego, algunos manifestaron la satisfacción y agrado que sentían
al verse envueltos por este suave y tibio elemento, que casi al instante se
manifestó por el gran bienestar que sentían al quitarles sus ardores de estómago
y sus abrasadoras fiebres internas.
Así, ayunando
y orando, permanecieron los días enteros en este tibio y agradable baño
medicinal, escuchando devotamente las consoladoras pláticas del Divino Maestro,
que para ellos fueron el más nutritivo de los alimentos, el alimento
espiritual. Luego, a grandes voces decían algunos: Maestro, ya se me quitó todo
dolor que me atormentaba tantos años. Otros llenos de júbilo manifestaban que
sus hinchazones se les estaban bajando, y otros, que ya se les deshinchaban
totalmente y que no sentían los agudos dolores de antes.
Luego, otros a
grandes voces exclamaban que al deshinchárseles los pies, los huesos salidos
habían buscado sus centros y pos sí penetraron en las coyunturas, pudiendo
ahora andar. Para demostrarlo, jubilosos salieron del barro y cojeando y algo débiles
se dirigían al Maestro.
Y finalmente,
otros que tenían la piel cubierta de úlceras y erupciones, sentían desde el
primer día una notable mejoría, cicatrizando rápidamente las llagas, para
después de unos días, aparecer la piel sana, lisa y lozana, lo que manifestaban
a grandes voces al salir del baño de barro.
Y el Maestro
mandó a todos los que estaban saliendo del barro, que se dieran una ducha
debajo de un chorro de agua cristalina que caía de las alturas de una
vertiente, formando lluvia torrencial. Bastaba un breve instante para quedar
completamente limpios del barro, presentándose ante el Maestro con sus cuerpos
limpios y su piel sana y lozana, perfectamente cicatrizada.
Después de
observar atentamente el estado de cada paciente, les mandó que se secaran sus cuerpos
húmedos en las tibias arenas de la playa, revolcándose en ellas. Esto lo hacían
los pacientes con sumo agrado, permaneciendo largos ratos en este agradable
baño de arena, entibiado por el ardiente Sol. Y, cuando estaban enteramente
secos, se presentaban jubilosos de nuevo ante el Divino Maestro, para darle las
gracias.
Y con sincera
emoción de agradecimiento, se echaban a sus pies para besarlos en
reconocimiento de tan milagrosa curación. Y todos los concurrentes que por
millares habían acudido de los alrededores, desde los más humildes hasta los
más encumbrados, jefes y gobernantes, fariseos, escribas y sacerdotes, todos
ellos, algunos con envidia y otros con satisfacción, pudieron informarse de las
milagrosas curaciones hechas por el Maestro.
Como último en
salir del barro fue un joven cuyos hermanos lo habían traído arrastrando ya que
estaba sin conocimiento y su piel era negra como carbón, diciendo a sus
hermanos que una serpiente muy venenosa lo había picado. Por indicación de
Jesús, los hermanos lo introdujeron en el barro y allí lo cuidaban todo el
tiempo hasta que despertara del desmayo y manifestara que se sentía
perfectamente sano. Luego, al salir del barro y tomarse la ducha de aseo, todos
veían asombrados como la piel negra había tomado color rosado, de aspecto sano.
Después de haberse
secado en la tibia arena, se presentó sano y salvo ante el Divino Maestro y echándose
a sus pies, lloraba de felicidad y también sus hermanos. Jesús, visiblemente
emocionado, dijo: No me deis gracias a mí, sino a mi Padre, que me ha enviado
para curaros de vuestros males. Ahora, volved a vuestro pueblo y en todas
partes proclamad las bondades de los divinos Ángeles del Sol, aire, agua,
Ayuno, Oración, Tierra, Barro, etc.