Prolijo aseo externo e interno del
organismo y su notable robustecimiento, conseguidos con el auxilio de los
divinos agentes: agua, aire y Sol, a los que ahora se agrega el poderoso agente
Tierra.
Todos se
reunieron en la orilla del riachuelo, cuyas cristalinas aguas se precipitaban
de las alturas, dispersándose en una magnífica ducha.
A la noticia
de que Cristo predicaba en ese barrio, acudía mucha gente de los alrededores y
también de lejos para que Cristo la sanara.
Cristo les
hablaba y aleccionaba, invitándoles a que se quitaran las sandalias y
vestimentas, y a que ayunaran y sometieran sus cuerpos a la benéfica acción de
los Ángeles del aire, Sol y agua. Todos se tomaron la fresca ducha, que ruidosa
caía de lo alto, para, en seguida, acostarse y revolverse en las tibias arenas
de la playa, tomando baño de Tierra y Sol.
De esta manera
los Ángeles de la Madre Natura
empezaron su magnífica obra depuradora, aseadora y de robustecimiento de estos
cuerpos débiles y raquíticos. Los enfermos quedaron asombrados al ver cómo
eliminaban sus cuerpos inmensas porciones de inmundicias que tenían acumuladas
en sus entrañas, experimentando una grata sorpresa al quitárseles, al mismo
tiempo, los dolores y achaques que les atormentaban.
Algunos despedían
alientos nauseabundos, que olían a putrefacción cadavérica, insoportable para
ellos mismos. Otros vomitaban abundantemente y padecían de diarreas de
insufrible dolor.
Los
maravillosos efectos de los Ángeles depuradores se hacían cada vez más
notables, al sobrevenir a los pacientes, eliminaciones hasta por las narices,
los ojos, oídos y la garganta, aliviándoles mucho los persistentes dolores de
cabeza.
Muchos sudaban
por todos los poros de la piel, sudor que era fétido a tal punto, que los vecinos
huían de ellos. A muchos les aparecían úlceras supurantes en la piel, que
eliminaban sangre podrida y pus de mal olor.
Muchos
orinaban aguas de fétido olor, de color a sangre; otros orinaban pus, sangre
con arenillas y piedrecillas. Algunos despedían gases por los intestinos y por la
boca de fétido olor.
Los lavados intestinales
producían resultados asombrosos. Hacían estos lavados con agua fresca del
cristalino arroyo, entibiada al Sol.
Mantenían el
agua en los intestinos el mayor tiempo posible para expulsarla por el recto,
junto con abominaciones duras y blandas de insufrible olor, que estaban
adheridas a las paredes intestinales durante muchos años, infectando la sangre
del paciente y todo su organismo, siendo la causa precisa de muchas
enfermedades infecciosas, de intensos dolores y molestos achaques.
Muchos botaban
con estos lavados horribles gusanos y lombrices de todo tamaño, algunas muy
largas, que se retorcían en el suelo bajo los ardientes rayos del Sol.
Todos
temblaban de terror al ver estas horribles abominaciones que habían tenido
alojadas en sus cuerpos y ahora, al tener limpias las entrañas y sin ardor ni
dolor interno, comprendían que fueron estos repulsivos bichos alojados la causa
precisa de su permanente malestar.
Todos ellos
dieron las gracias a Jesús por haberles enviado a estos bondadosos Ángeles,
para que expulsaran de sus entrañas a los demonios atormentadores que tenían
allí alojados.
Sin embargo,
no a todos se les quitaban los dolores. Estos, desilusionados, iban en busca
del Maestro para exponerle sus lamentaciones, suplicándole para que su poder
expulsara de sus entrañas a los demonios que llevaban adentro.