domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 14: El poderoso agente Tierra



Prolijo aseo externo e interno del organismo y su notable robustecimiento, conseguidos con el auxilio de los divinos agentes: agua, aire y Sol, a los que ahora se agrega el poderoso agente Tierra.

Todos se reunieron en la orilla del riachuelo, cuyas cristalinas aguas se precipitaban de las alturas, dispersándose en una magnífica ducha.
A la noticia de que Cristo predicaba en ese barrio, acudía mucha gente de los alrededores y también de lejos para que Cristo la sanara.
Cristo les hablaba y aleccionaba, invitándoles a que se quitaran las sandalias y vestimentas, y a que ayunaran y sometieran sus cuerpos a la benéfica acción de los Ángeles del aire, Sol y agua. Todos se tomaron la fresca ducha, que ruidosa caía de lo alto, para, en seguida, acostarse y revolverse en las tibias arenas de la playa, tomando baño de Tierra y Sol.
De esta manera los Ángeles de la Madre Natura empezaron su magnífica obra depuradora, aseadora y de robustecimiento de estos cuerpos débiles y raquíticos. Los enfermos quedaron asombrados al ver cómo eliminaban sus cuerpos inmensas porciones de inmundicias que tenían acumuladas en sus entrañas, experimentando una grata sorpresa al quitárseles, al mismo tiempo, los dolores y achaques que les atormentaban.
Algunos despedían alientos nauseabundos, que olían a putrefacción cadavérica, insoportable para ellos mismos. Otros vomitaban abundantemente y padecían de diarreas de insufrible dolor.
Los maravillosos efectos de los Ángeles depuradores se hacían cada vez más notables, al sobrevenir a los pacientes, eliminaciones hasta por las narices, los ojos, oídos y la garganta, aliviándoles mucho los persistentes dolores de cabeza.
Muchos sudaban por todos los poros de la piel, sudor que era fétido a tal punto, que los vecinos huían de ellos. A muchos les aparecían úlceras supurantes en la piel, que eliminaban sangre podrida y pus de mal olor.
Muchos orinaban aguas de fétido olor, de color a sangre; otros orinaban pus, sangre con arenillas y piedrecillas. Algunos despedían gases por los intestinos y por la boca de fétido olor.
Los lavados intestinales producían resultados asombrosos. Hacían estos lavados con agua fresca del cristalino arroyo, entibiada al Sol.
Mantenían el agua en los intestinos el mayor tiempo posible para expulsarla por el recto, junto con abominaciones duras y blandas de insufrible olor, que estaban adheridas a las paredes intestinales durante muchos años, infectando la sangre del paciente y todo su organismo, siendo la causa precisa de muchas enfermedades infecciosas, de intensos dolores y molestos achaques.
Muchos botaban con estos lavados horribles gusanos y lombrices de todo tamaño, algunas muy largas, que se retorcían en el suelo bajo los ardientes rayos del Sol.
Todos temblaban de terror al ver estas horribles abominaciones que habían tenido alojadas en sus cuerpos y ahora, al tener limpias las entrañas y sin ardor ni dolor interno, comprendían que fueron estos repulsivos bichos alojados la causa precisa de su permanente malestar.
Todos ellos dieron las gracias a Jesús por haberles enviado a estos bondadosos Ángeles, para que expulsaran de sus entrañas a los demonios atormentadores que tenían allí alojados.
Sin embargo, no a todos se les quitaban los dolores. Estos, desilusionados, iban en busca del Maestro para exponerle sus lamentaciones, suplicándole para que su poder expulsara de sus entrañas a los demonios que llevaban adentro.

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