domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 13: Qué noche más maravillosa, ojalá que fuese eterna



Después de enseñar Cristo todo el día, al atardecer se transfiguró, brillando su cuerpo como un sol y, ante las atónitas miradas del pueblo, se elevó por los aires, desapareciendo entre las nubes.

Durante todo el día Jesús enseñó a la muchedumbre que le rodeaba en estrecho círculo, porque todos querían estar cerca de él, para beneficiarse de sus divinos dones y de la Paz y Felicidad que irradiaba su brillante aura. Con esto se hizo de noche. Asomóse la luna de entre las fugaces nubes, cuyos plateados rayos bañaban la cara de Jesús.
Cristo se puso de pie y –para mayor asombro de los concurrentes- se transfiguró, elevóse sobre la tierra y su rostro resplandecía como un sol.
Nadie se atrevió a pronunciar palabra ni a moverse; estaban como clavados en el suelo y atónitos miraban la augusta faz de Cristo. Así transcurrían horas que parecían segundos, porque se les había suspendido la noción del tiempo.
Entonces, Cristo, extendiendo sus brazos decía: <La paz sea con vosotros>. Enseguida se elevó hasta las nubes y desapareció ante las atónitas miradas que lo observaban. Y todo el campamento fue sumido en un profundo sueño.
En la aurora del día siguiente los dormidos despertaron maravillados por los celestes sueños que habían tenido, los que fortalecieron aun más su fe en Cristo.
Fue maravilloso despertar, porque una suave y melodiosa música que venía del cielo, inundaba todo el ambiente, llenando a todos de una indescriptible felicidad.
Luego uno decía al otro: <Qué noche más maravillosa, ojalá que fuese eterna>. Otros decían: <Qué feliz se está aquí>. Y otros decían: <En verdad es un enviado de Dios, porque sólo él nos llena de felicidad, de una inefable paz y nos asegura el advenimiento de días mejores>.
Cuando después de una maravillosa aurora apareció el radiante Sol en el horizonte con sus rayos calurosos que invitaban a tomarse un baño de Sol, todos sintieron el convencimiento, en sus corazones, de que ese Sol era un astro de esperanza de un magnífico mundo por venir, un mundo de paz, de concordia, de justicia y amor.
Todos se levantaron contentos y felices encaminándose a un cercano riachuelo que portaba aguas cristalinas, que invitaban a beberla. Allí les esperaban los Ángeles del Señor para ayudarles en su aseo matinal.

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