domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 12: El Padre Celestial me ha enviado para encender las luces dentro de vosotros




El hombre sólo puede conocer la verdad y adquirir sabiduría, después de haber despertado y afinado sus instrumentos internos de investigación y de comprensión, que, aletargados dormitan en todo organismo humano, esperando ser despertados con el progreso del alma.

Comprendo que gran parte de mis enseñanzas son misterios y enigmas para vosotros. No los podéis comprender, porque sacáis vuestra sabiduría de libros, de las escrituras que repito, son letra muerta. Fueron escritas por hombres muertos espiritualmente y son interpretadas y explicadas, también, por hombres muertos en vida cuyas almas habitan cuerpos impuros, intoxicados, materialistas, hombres sin fe ni la menor visión espiritual.
Sin embargo, vosotros podéis comprender perfectamente el lenguaje de estos hombres, porque también vosotros habitáis cuerpos impuros, impregnados de tóxicos, de materias extrañas, que os impiden la visión espiritual, tal como una espesa nube negra impide ver el Sol. De allí que todos vivís en el error, no conocéis la verdad. Tenéis por guías a ciegos que guían a otros ciegos, siendo esta la razón del porqué sufrís enfermedades, dolores y sin fe andáis por la senda del pecado.
Para sacaros de esta calamidad, el Padre Celestial me ha enviado, para encender las luces dentro de vosotros, luces del conocimiento de la fe, la esperanza y la verdad.
Mas por ahora, aun no estáis preparados para poder soportar tan brillantes luces, porque vuestra vista, está acostumbrada a la obscuridad, a las tinieblas, por lo cual os cegaría la deslumbrante brillantez de la luz que irradia del Padre Celestial. Por lo tanto, para que podáis comprender mis enseñanzas, os enviaré mis Ángeles para que preparen vuestros órganos del entendimiento y de la comprensión, porque entonces estaréis capacitados para soportar las deslumbrantes luces de la verdad, sin cegar ni encandilar vuestra vista. Así que por el generoso auxilio de los Ángeles de la Naturaleza, llamados Ángel del aire, del Sol, del Ayuno, Lavado intestinal, etc., vuestros organismos quedarán limpios, depurados, fortalecidos y sensibilizados para poder entender mis palabras, para vosotros, trascendentales enseñanzas.
Entonces podréis intentar fijar vuestra mirada en el Sol sin encandilaros. Sin embargo, al principio, deberéis tomar muchas precauciones para hacerlo, pues de lo contrario podéis dañar vuestra vista y aun quedar ciegos por mucho tiempo. Al principio mirad el Sol tan sólo bien temprano a su salida y bien tarde cuando se pone. En el resto del tiempo miradlo tan sólo un brevísimo instante, en el abrir y cerrar de ojos.
Cuando tengáis vuestro cuerpo perfectamente limpio en sus entrañas y desintoxicado, entonces podréis soportar más tiempo la mirada ardiente del Sol sin cegaros. Entonces estaréis preparados para soportar la otra visión mucho más difícil, la de fijar vuestra mirada sobre la augusta faz del Padre Celestial, que es miles de veces más brillante que cientos de soles juntos.
Sin una prolija depuración de vuestros cuerpos, el cuerpo físico y el cuerpo moral, es decir, del cuerpo y del alma, no debéis intentar de mirar el Sol, porque, repito, podéis dañar gravemente vuestra vista.
Si me creéis que soy enviado del Padre Celestial y tenéis fe en mis enseñanzas, y además, os servís de los generosos benefactores de la Naturaleza, que son los Ángeles antes señalados, os veréis libres para siempre de enfermedades y dolores y gozaréis de una perfecta salud, de paz y felicidad y de una larga vida.
Porque el Padre Celestial ama a aquellos hijos que, arrepentidos sumisos, vienen a Él, suplicándole salud y consejos para solucionar sus graves problemas. A tales hijos del Padre Celestial los colma de bondades, porque desea premiar su fe que les hizo venir a Él. Les resuelve sus problemas, porque lo que es difícil y parece imposible a los hombres, es posible y fácil para la omnipotencia de Dios. Para restaurar vuestra salud os enviará Sus mensajeros divinos, Sus Ángeles para que os sirvan y os guíen por la senda del recto vivir.

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