Resistid las
tentaciones de Satanás, es decir, vuestras bajas pasiones. Debéis luchar
enérgicamente contra ellas y desarraigarlas de vuestras bajas emociones,
pensando en la virtud opuesta al pecado que os apasiona. Si es la embriaguez,
pensad que vuestra salvación radica en la abstinencia y sobriedad. Si es la
fornicación, debéis meditar acerca de los beneficios que aporta la pureza y la
castidad, etc. Para esta lucha pedid fuerza y amparo al Señor y Él os protegerá,
si suplicáis con ferviente oración y fe. Purificad vuestro cuerpo moral
mediante la abstinencia de vicios y malos hábitos, empezando por los más
groseros, como lo son la fornicación y la embriaguez. Rigurosos ayunos y
fervientes oraciones os ayudarán mucho en esta vuestra titánica lucha contra
Satanás. Porque, en verdad os digo, Satanás y sus aliados sólo pueden ser
arrojados de vuestras entrañas mediante la oración y el ayuno, que son como el
radiante sol que hace huir el frío.
Huid a la
soledad del campo, donde es más fácil ayunar, orar y meditar. Allí, en la verde
campiña meditad acerca de la grandiosidad de la naturaleza, de la tierra, de
los cielos y la sabiduría inmensa de Dios que ha creado toda esta maravilla…
Pero meditad, ante todo en las grandes virtudes humanas de que os hablaré más
adelante.
Y Dios, que ve
en el secreto de vuestro corazón, verá la sinceridad de vuestros propósitos.
Experimentará una gran alegría al ver vuestros esfuerzos de ser buenos y al
veros practicar las grandes virtudes humanas. Él os ayudará, bendecirá y os
concederá una plena salud, prosperidad, honores y una inefable felicidad.
Debéis
convenceros de que la más poderosa arma capaz de arrojar lejos de vosotros a
Satanás, es la ferviente oración y un prolongado ayuno. Con estas dos armas
venceréis todo lo maléfico y asearéis vuestro cuerpo físico y espiritual,
haciendo a vuestro Templo digno de ser habitado por el Señor, con toda Su corte
celestial de ángeles, que se esmerarán en serviros.
Porque en
verdad os digo, sin ayuno ni oración, no seréis jamás libres de Satanás, es
decir, de vuestras enfermedades, dolores y graves preocupaciones. Porque sólo
el ayuno y la oración son capaces de asear vuestro Templo, de ayudaros a vivir
una vida honesta, honrada, santa y pura, dedicada al esforzado trabajo,
promoviendo el progreso. El Padre Celestial, que complacido observa vuestros
esfuerzos, desparramará sobre vosotros todas sus bondades y bienaventuranzas,
que os llenarán de gozo y felicidad.
Así pues, os
exhorto, ayunad y orad con fervor, pues ésta es vuestra salvación de todos
vuestros conflictos y aflicciones de esta vida, tanto materiales, morales,
amorosos y tantos otros que suelen afligir a los humanos.
Entonces el
espíritu de Dios descenderá sobre vosotros y habitará en vuestro corazón. Os
iluminará con Sus celestes luces y Sus divinos ángeles os ayudarán a encontrar
los elementos fundamentales de la naturaleza, portadores de salud del cuerpo y
del alma.
Ante todo
buscad al Ángel del aire, el aire fresco y puro de los campos, de las
arboledas, montañas y playas. En verdad os digo, el aire es el principal
alimento del hombre. Muchos días podéis soportar sin comer, mas unos pocos
segundos sin aire, bastan para que os muráis.
Descalzad
vuestros pies y desvestid vuestro cuerpo, para que el aire puro bañe vuestra
piel. Este baño de aire debéis tomarlo lo más frecuentemente posible, pues,
desde el principio del mundo, la piel está habituada a ser bañada por el aire. Respirad
larga y hondamente, para que el Ángel del aire penetre en vuestros pulmones y
cargue vuestra sangre con la energía vital y con sus saludables componentes.
Debéis saber que el Ángel del aire limpia vuestra sangre y todas vuestras
entrañas, eliminando las toxinas e impurezas, que son la causa precisa de las
enfermedades y dolores que os aquejan. Así como el aire y el fuego queman las
malolientes basuras, así el aire y el calor queman dentro de vosotros las fétidas
impurezas, tornándose el fétido aliento en perfumada fragancia.
En verdad os
digo, ningún hombre puede llegar jamás a la presencia de Dios si el Ángel del
aire no le permite el paso. Es decir, si no se ha sometido previamente a una
prolija depuración física y moral. Así, inmaculadamente limpio de cuerpo y
alma, el hombre puede presentarse dignamente en la Corte Celestial , ante el Trono
del Rey de los cielos.