La procreación
en su máxima pureza la practican los animales, como los venados, corzos,
vacunos, caballos, camellos, elefantes, etc., pues el macho sólo busca a la
hembra y ella a él en la época del ardor amoroso de celo y fuera de esta época
ellos se rechazan sexualmente, aunque conviven en una filial armonía.
Cuando los
seres humanos se incorporen dentro de esta Ley Natural que los animales con
tanto rigor respetan, habrán alcanzado el grado más alto de civilización y
cultura. Pero cuando el acto sexual degenera en vicio, en un placer sensual,
entonces ya no se llama procreación, sino fornicación, que significa la más
abusiva relajación de esta sagrada función procreadora.
Cuando el acto
sexual degenera hasta los abismos de la sodomía (homosexualidad) y fallan todos
los medios de regeneración, entonces la justicia inmanente condena a tales
depravados incorregibles a ser quemados vivos, como fueron quemados los
habitantes de Sodoma, Gomorra, Saboim y Adams. Junto con estas ciudades barrió
la divina escoba la basura humana del mundo entero, para quemarla junta en un sólo
montón y una sola hoguera.
Sin embargo,
tales depravados pueden salvarse de ser quemados vivos, si a tiempo se
arrepienten de todo corazón y empiezan a combatir enérgicamente su terrible
vicio, hasta desarraigarlo totalmente en sus últimas raíces, que se encuentran
en el cerebro y en el corazón. De ahí que deben rechazar enérgicamente los
pensamientos y emociones que invitan a este vicio. En esta titánica lucha los sodomitas
deben servirse de las más eficaces armas como el prolongado ayuno, la
alimentación vegetariana y ante todo, de la oración, pidiendo auxilio del
cielo, que es la más eficaz de las armas.
Como es verdad
que la suprema meta del hombre en la
Tierra es alcanzar las más altas cimas de pureza, dignidad y
cultura, también es verdad que la sodomía es el polo opuesto, o sea, el más
profundo abismo de impureza, indignidad e incultura humana. Por esto hasta la Madre Tierra se negó
a darles sepultura a las ceniza de tales depravados, abriéndose en el lugar del
siniestro un profundo abismo, que se llenó de aguas tan pútridas y salobres que
matan a todo germen viviente, pues ninguna vida prospera en ellas, por cuyo
motivo ese tenebroso lago se llama Mar Muerto, para que sirva de eterna
advertencia a los pueblos de que la sodomía los extermina hasta la más absoluta
esterilidad.